10/1/2018, Miércoles de la I semana del Tiempo Ordinario

Lectura del primer libro de Samuel (3, 1-10. 19-20)
En aquel tiempo, el joven Samuel servía al Señor al lado de Elí. La palabra del Señor era rara en aquellos días tiempo y no eran frecuentes las visiones. Un día Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos comenzado a debilitarse y no podía ver. La lámpara de Dios, aún no se había apagado y Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde se encontraba el Arca de Dios. Entonces el Señor llamó a Samuel. Este respondió: -«Aquí estoy.» Corrió donde estaba Elí y dijo: -«Aquí estoy, porque me has llamado.» Respondió: -«No te he llamado; vuelve a acostarte.» Fue y se acostó. El Señor volvió a llamar a Samuel. Se levantó Samuel, fue adonde estaba Elí y le dijo: -«Aquí estoy; porque me has llamado.» Respondió: -«No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte.» Samuel no conocía aún al Señor, ni se le había sido manifestado todavía la palabra del Señor. El Señor llamó a Samuel, por tercera vez. Se levantó, fue a donde estaba Elí y dijo: -«Aquí estoy; porque me has llamado.» Comprendió entonces Elí que era el Señor el que llamaba al joven. Y dijo a Samuel: -«Ve a acostarte. Y si te llama de nuevo, di: "Habla, Señor, que tu siervo te escucha."» Samuel fue a acostarse en su sitio. El Señor se presentó y llamó como las veces anteriores: -«¡Samuel, Samuel!» Respondió Samuel: -«Habla, que tu siervo escucha.» Samuel creció. El Señor estaba con él, y no dejó que se frustrara ninguna de sus palabras. Todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel era un auténtico profeta del Señor.
Salmo responsorial (Sal 39, 2 y 5. 7-8a. 8b-9. 10)
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito.
Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor,
y no acude a los idólatras, que se extravían con engaños. 
R.
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy». 
R.
«-Como está escrito en mi libro para hacer tu voluntad».
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. 
R.
He proclamado tu salvación ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios: Señor, tú lo sabes. 
R.
Lectura del santo evangelio según San Marcos (1, 29-39)

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron: -«Todo el mundo te busca.» Él les respondió: - «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido» Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

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