Con sencillez, reconocemos nuestra
incapacidad para orar (dialogar con Dios), pero a su vez, despertamos la
confianza y abandono en el Espíritu Santo que ora en nosotros con palabras que
no podríamos explicar.
“Sabemos que, cuando él se
manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es”, Hoy, podemos decir que lo hemos visto manifestado en
Belén y lo seguiremos contemplando hasta la Epifanía. El apóstol deduce
que, de mirarle tal cual es, se sigue el llegar,
¡atención!, a ser semejantes a él. Enorme afirmación de san Juan. Ya nos
aconsejaba Sta. Teresa, “sólo os pido que le miréis y todo se os hará
llevadero”. De ahí, la importancia de pasar ratos y más ratos, en la
contemplación de este precioso niño. Así, nos contagiará esa paz, serenidad,
aceptación, fortaleza para amar, comprensión (de uno mismo y de los demás),
creatividad, olvido de los propios gustos y caprichos, disponibilidad…y
un largo etc.
SER SEMEJANTES A ÉL, ¿Qué puede suponer esto, aquí y
ahora?, ¿Añadiría, quitaría algo, daría un nuevo giro, avanzaría o retrocedería
alguna cuestión de mi vida?,¿cómo me imagino, a él mí, deseando, pensando,
haciendo o amando? Y, si aplicamos este llegar a ser semejantes a él,
a nivel de grupo o de nuestro entorno, ¿Qué concreciones supondría?, ¿qué
perfil de nuevos ambientes, coloridos o formas supone estar “perfumados”
del aroma de Cristo? Detengámonos pues ante este Jesús-bebé y dejemos que el
Espíritu nos sugiera las acciones concretas; ¿Cómo se comporta, de cara a sus
padres, a sus semejantes, al Padre eterno? Porque lo veremos tal cual
es.
Permanecer en la contemplación de Jesús, para no pecar.
Esta es una conclusión que afirma san Juan de manera contundente; todo
el que peca no le ha visto ni conocido. Porque él se manifestó
para quitar los pecados, y en él no hay pecado.
Resulta consolador, a la vez que es un programa de vida,
escuchar al apóstol estas afirmaciones. Consuelo, comprobar en
nosotros cómo realmente hay gracia en mirarle. Y que nos va
limpiando del pecado y de sus mil ramificaciones (recordemos las renuncias a
Satanás y sus obras que hacemos en la noche de Pascua).
Programa de vida; puedo pensar, ¿qué cosas, situaciones, personas ó
actividades me desvían del dedicar a diario un tiempo a la contemplación de
Jesús?
Si tengo “gracia suficiente” aún puedo dar otro paso,
¿Dejo el mirarle sólo para el rato de oración?, ¿En qué pongo mis ojos el resto
de las 23,5 horas del día? Y, también, si Jesús se manifiesta para quitar los
pecados, ¿puedo cuidar, frecuentar y buscar un confesor que facilite esa tarea
salvadora del Señor sobre mí alma?
En el evangelio, se nos anuncia a Jesús como el que quita el pecado del
corazón; aquel sobre el cual el Espíritu bajaba del cielo como
una paloma. En definitiva, aquel de carne y hueso al que yo lo
he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.
“Su profunda y sólida vida espiritual estuvo centrada en
el misterio eucarístico, en la intimidad e identificación con Cristo y en la
unión con Él.”. Estas palabras se nos dicen del P. Tomás Morales en el Decreto
de virtudes heroicas. Son guía, modelo y estímulo. También, en permanecer
unidísimos a la Inmaculada Madre de Dios, pues ¡Ella nunca falla!