En estos días después de Navidad
vamos volviendo poco a poco a la rutina de la vida cotidiana. Seguro que nos
hemos hecho algunos propósitos para este nuevo año recién comenzado y, tal vez,
empezamos a atisbar que si no los cumplimos en el 2017 ¿cómo cumplirlos en el
2018?
Quizás unos de los propósitos que
podemos hacernos para este trimestre, y revisarlo al final del mismo, es
precisamente leer diariamente y meditar la Oración del Militante. No siempre
podremos meditarla, pero sí leerla: yendo a clase, al empezar el trabajo, al
finalizar el día... La palabra de Dios es viva y eficaz, es como una siembra
que se va haciendo en el alma y que va germinando dentro, nos demos cuenta o
no, hasta que eclosiona y aparece el fruto.
Nos dice el versículo antes del
Evangelio: “Acoged la palabra de Dios, no como palabra humana, sino,
cual es en verdad, como palabra de Dios”. Y es que la palabra de Dios tiene
un dinamismo misterioso que no vemos, pero sí podemos ver sus efectos en
nuestra alma y en la de los demás.
También en la sinagoga de Cafarnaún
los judíos estaban asombrados de la enseñanza del Señor. Y al oír la palabra de
Dios, un hombre que tenía dentro un espíritu inmundo se puso a gritar. Todos
tenemos algún espíritu inmundo, algo sucio y asqueroso (esa es la primera
acepción de inmundo en el diccionario) que pugna por salir cuando nos
contrastamos con la palabra de Dios. Algo de nosotros mismos de lo que nos
avergonzamos o rechazamos.
El evangelio de hoy nos muestra que
es posible, que la palabra de Dios escuchada y acogida en el corazón tiene
fuerza para liberarnos de nuestros espíritus inmundos, de nuestros miedos y
desconfianzas, de nuestros vicios y pecados, de nuestros orgullos y soberbias.
Que la palabra de Dios, leída y
meditada en este año, nos libere de todo lo que nos tiene esclavizados y
amargados, poco a poco, como semilla que germina, o de manera violenta y de una
vez como en el evangelio de hoy.