10 noviembre 2018. Sábado de la XXXI semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


Antes de empezar nuestro rato de oración, sería bueno preguntarse: ¿A quién voy a ver? ¿Qué voy a hacer? Hice ejercicios hace unas semanas y el director de la tanda insistía que nos hiciéramos esas preguntas, al llegar a la capilla antes de cada meditación. Qué bueno es pararnos, de vez en cuando y luchar contra la rutina.  
Después empezaremos nuestro rato exclusivo con el Señor invocando al Espíritu Santo. Recordamos que siempre en nuestro rato diario de oración estamos acompañados por la presencia maternal de María. A san José, siguiendo un consejo del padre Morales, le pedimos por nuestra perseverancia.
Las lecturas de hoy nos hablan de los bienes necesarios, el administrador y el temor de Dios. Como siempre hay un “hilo” que las relaciona.
En la carta a los Filipenses, Pablo muestra su agradecimiento por la ayuda recibida. Pablo ha perdido el miedo a la pobreza y escasez y tiene total confianza en Dios. Se ha adelantado e inspirado con estos pensamientos, a Ignacio de Loyola cuando en sus ejercicios nos hable de la “indiferencia”.
El evangelio de hoy es un apéndice de la parábola del administrador astuto. Un hombre que en lugar de servir a los demás, se sirve de ellos. De un hombre que se mueve con astucia, para quedarse en su puesto. ¡Cuántas veces hemos visto esto en el mundo del trabajo!, en el mundo de la política……y también en el mundo de la Iglesia.   Aquel administrador había alcanzado un estatus, una zona de confort y ahora se mueve para mantenerlo como sea, honesta o deshonestamente.
Literariamente, este apéndice es una serie de advertencias a los “discípulos”. Pero Lucas tiene una proyección universalista, por lo que nos atañe a todos.  “…el que en lo poco es infiel, también es infiel en lo mucho”. El que no es fiel en lo poco, menos lo será en la custodia de una riqueza mayor.
Si vosotros, no sois fieles en las riquezas injustas, ¿quién os confiará las riquezas verdaderas?”. Las riquezas injustas son las riquezas terrenas. Se puede entender: al que no es fiel en las riquezas terrenas, ¿quién confiará a este las “riquezas verdaderas”, que son los bienes espirituales? Esa fidelidad que se requiere en los bienes materiales en el discípulo de Cristo supone el buen uso y desprendimiento de ellos. Como ejemplo Pablo, en su carta de hoy a los Filipenses. Esta actitud del apóstol merecerá la recepción en abundancia de los bienes espirituales. Es tratar la posesión de las cosas en “tanto en cuanto me ayuden para el fin para el que he sido creado” que diría San Ignacio.
Y si en lo ajeno no sois fieles, ¿quién os dará lo vuestro?”. Las riquezas que se tienen aquí abajo no son absoluta posesión del hombre. Somos administradores de los bienes que nos ha dado Dios. Si somos fieles en ellos, recibiremos los “propios”. Es decir, los dones espirituales que Dios, a cambio de esa fidelidad requerida, concede en abundancia al discípulo.
No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Nuevamente san Ignacio nos lo puede aclarar cuando nos dice, en la meditación de los “tres binarios” por ejemplo, que no podemos servir a Dios si estamos apegados a nuestra “herencia”.
El salmo nos da la clave: “Dichoso quien teme al Señor”. “…el que ama de corazón sus mandatos”. Ese hombre es el que es fiel en las riquezas terrenas, las cuida, las hace crecer, las administra correctamente, recibirá en premio los bienes de arriba.
Acabemos nuestra oración con un coloquio con el Maestro, recordando que no nos predicamos a nosotros mismos, no somos divos que nos diría Abelardo, predicamos a Cristo y a este en la integridad de su vida, reflejada en el evangelio.

Archivo del blog