Antes de empezar nuestro rato de
oración, sería bueno preguntarse: ¿A quién voy a ver? ¿Qué voy a hacer? Hice
ejercicios hace unas semanas y el director de la tanda insistía que nos
hiciéramos esas preguntas, al llegar a la capilla antes de cada meditación. Qué
bueno es pararnos, de vez en cuando y luchar contra la rutina.
Después empezaremos nuestro rato
exclusivo con el Señor invocando al Espíritu Santo. Recordamos que siempre en
nuestro rato diario de oración estamos acompañados por la presencia maternal de
María. A san José, siguiendo un consejo del padre Morales, le pedimos por
nuestra perseverancia.
Las lecturas de hoy nos hablan de los bienes necesarios, el
administrador y el temor de Dios. Como siempre hay un “hilo” que las relaciona.
En la carta a los Filipenses, Pablo
muestra su agradecimiento por la ayuda recibida. Pablo ha perdido el miedo a la
pobreza y escasez y tiene total confianza en Dios. Se ha adelantado e inspirado
con estos pensamientos, a Ignacio de Loyola cuando en sus ejercicios nos hable
de la “indiferencia”.
El evangelio de hoy es un apéndice de
la parábola del administrador astuto. Un hombre que en lugar de servir a los
demás, se sirve de ellos. De un hombre que se mueve con astucia, para quedarse
en su puesto. ¡Cuántas veces hemos visto esto en el mundo del trabajo!, en el
mundo de la política……y también en el mundo de la
Iglesia. Aquel administrador había alcanzado un estatus, una
zona de confort y ahora se mueve para mantenerlo como sea, honesta o
deshonestamente.
Literariamente, este apéndice es una
serie de advertencias a los “discípulos”. Pero Lucas tiene una proyección
universalista, por lo que nos atañe a todos. “…el que en lo
poco es infiel, también es infiel en lo mucho”. El que no es fiel
en lo poco, menos lo será en la custodia de una riqueza mayor.
“Si vosotros, no sois fieles en
las riquezas injustas, ¿quién os confiará las riquezas verdaderas?”. Las
riquezas injustas son las riquezas terrenas. Se puede entender: al que no es
fiel en las riquezas terrenas, ¿quién confiará a este las “riquezas
verdaderas”, que son los bienes espirituales? Esa fidelidad que se requiere en
los bienes materiales en el discípulo de Cristo supone el buen uso y
desprendimiento de ellos. Como ejemplo Pablo, en su carta de hoy a los
Filipenses. Esta actitud del apóstol merecerá la recepción en abundancia de los
bienes espirituales. Es tratar la posesión de las cosas en “tanto en cuanto
me ayuden para el fin para el que he sido creado” que diría San
Ignacio.
“Y si en lo ajeno no
sois fieles, ¿quién os dará lo vuestro?”. Las riquezas que se
tienen aquí abajo no son absoluta posesión del hombre. Somos administradores de
los bienes que nos ha dado Dios. Si somos fieles en ellos, recibiremos los
“propios”. Es decir, los dones espirituales que Dios, a cambio de esa fidelidad
requerida, concede en abundancia al discípulo.
“No podéis servir a Dios y a
las riquezas”. Nuevamente san Ignacio nos lo puede aclarar cuando
nos dice, en la meditación de los “tres binarios” por ejemplo, que no podemos
servir a Dios si estamos apegados a nuestra “herencia”.
El salmo nos da la clave: “Dichoso
quien teme al Señor”. “…el que ama de corazón sus
mandatos”. Ese hombre es el que es fiel en las riquezas terrenas,
las cuida, las hace crecer, las administra correctamente, recibirá en premio
los bienes de arriba.
Acabemos nuestra oración con un
coloquio con el Maestro, recordando que no nos predicamos a nosotros mismos, no
somos divos que nos diría Abelardo, predicamos a Cristo y a este en la
integridad de su vida, reflejada en el evangelio.