Llegando a Jerusalén por el Monte de
los Olivos se contempla la ciudad santa en una gran panorámica: la muralla con
la Puerta Dorada, la esplanada del templo y el llamado monte Sion. Existe una
pequeña iglesia en recuerdo de las lágrimas de Jesús y la imagen de la gallina
que acoge a sus polluelos; “Dominus flevit” se llama la pequeña iglesia
francisca.
Caminando por el lugar se encuentran
recuerdos de las idas y venidas de Jesús por aquellos lugares. Tenerlo delante
en la oración nos hace tener más presente la humanidad del Señor y su
solidaridad con nosotros. Su corazón se conmueve y nos invita a hacer oración
desde la realidad de nuestra vida dejando explayar nuestros sentimientos y
emociones ante Él.
Ante esta hermandad podemos
comprender el cántico nuevo del apocalipsis pues Jesús se ha compadecido de
nosotros y nos ha hecho un reino de sacerdotes para nuestro Dios que ofrecemos
nuestras vidas como sacrificio-ofrenda agradable a Él y bien de todos. Él
valora nuestras vidas pues ha recapitulado todas las cosas en si haciéndonos reyes
y sacerdotes. Este don alcanzado por Jesucristo lo hacemos presente en nuestra
oración, ejerciendo el señorío que Jesús nos otorga orando con su oración. En
vísperas de la solemnidad de Jesucristo rey del universo tenemos presente la
gracia que Él nos ha alcanzado. Jesucristo ha hecho de nosotros hombres nuevos
que cantan un cántico nuevo.