26 noviembre 2018. Lunes de la XXXIV semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


Cada vez que acudimos a la oración acudimos al encuentro del Señor, que es la fuente inagotable de toda gracia, de todo bien, de toda verdad, de todo consuelo, de toda esperanza.
Entrar en la oración es ponerse en apertura total, sin condiciones, como María la Virgen Inmaculada en Nazaret, ante la acción del Espíritu de Dios, del Espíritu Santo. ¡Apertura total a sus dones!
Nuestra vida se vuelve espiritual cuando el don lo acogemos constantemente. Acoger el don es la clave de nuestra vida de fe, de nuestra vida espiritual y, en consecuencia, de nuestra vida apostólica.
Toda nuestra vida es don recibido. Con la acción del espíritu Santo nos convertimos cada uno, incluso a pesar de nuestras debilidades, en don. Don que debe ser entregado, ofrecido gratuitamente, con todo amor.
Entregado del todo, como la viuda pobre que entregó todo lo que tenía, aparentemente poco, pero dio más que nadie.
Mirando a María somos invitados a darnos del todo. Dar nuestra propia persona, nuestro ser, no sólo cosas, tiempo cualidades…
Es una invitación a la totalidad del don. Es una actitud permanente por la que la bendición, el don de Dios recibido, lo ponemos de todo corazón a disposición del otro, del cercano especialmente, del prójimo y de Dios.
Darse es el camino que hay que recorrer para subir al monte del Señor. Darse es el camino de la alegría plena. María se alegra plenamente porque ella se convierte en don, porque ella ofrece siempre el don que ha recibido, ofrece siempre a Cristo Jesús y, además, se ofrece con El.
Vivir iluminados por Cristo, el Señor, que es el gran don, es llevar su nombre no sólo en la frente sino en el alma, en el corazón, en lo pequeño de cada día haciéndole presente. Siendo presencia suya. Haciendo de la propia vida un cántico nuevo.
María, Madre nuestra, ayúdanos a recibir el don, a convertirnos en don, a ofrecerlo siempre sin descanso. María Inmaculada, enséñanos a desaparecer amando.

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