Mis queridos amigos:
¡Qué
exigente es el evangelio que hoy nos presenta la Iglesia!
Y es que si
queremos tener vocaciones, hombres y mujeres que quieran seguir de cerca a
Jesucristo, tenemos que educar en la generosidad, en la
renuncia, y en el desprendimiento… Tres palabras que, para nosotros,
los que tenemos ya cierta edad, siempre han sido oídas..., conocidas… y
vividas…
¿Cómo
descubro yo el valor de la pobreza en mis tiempos jóvenes
de militante de la Virgen...? ¡Inolvidable aquel primer expolio de mi
vida…! O ese presentar una nota de gastos al final de mes, dando cuenta de mis
pequeños o grandes caprichos…
¿Cómo descubro yo la posibilidad de
vivir la castidad en una etapa juvenil
dominada por lo sensible, lo sensual, lo sensitivo o pasional…? Hubo
hombres que me enseñaron a contemplar la vida desde las altas cumbres de las
montañas…, que me hicieron pisar neveros, o me sumergieron en las aguas gélidas
de Gredos…, o de Guadarrama…, después de marchas de superación y de esfuerzo…
Todo esto me fue purificando los ojos… para ver la verdad, el bien, y la
belleza…, y me fue fortaleciendo la voluntad para querer de verdad..., y me fue
ensanchando el corazón con un gran ideal..., y cuando me sugirieron, ¿por qué
no ofrecer a Dios tu actual castidad con un voto privado...? estaba ya
preparado para poder decir sí quiero…
¿Cómo descubro yo el valor de la
obediencia? Cuando comienzo a experimentar la Paz
de Dios, esa paz que sobrepuja todo conocimiento…, al dejarme conducir en las
pequeñas o grandes decisiones de mi vida…. por aquella persona que me guiaba…Y
todo esto vivido sin salir del mundo, trabajando y estudiando, codo a codo con
las realidades de mi tiempo, de mi época, de aquel momento histórico que me
tocó vivir. Y cuando sonó la voz de Dios diciendo: “ven, y sígueme…” ya no
tenía ninguna duda…
¡Seguiría a Jesucristo..., con aquellos que me sacaron de una masa amorfa y
gregaria…, con su espíritu combativo en campañas apostólicas y campamentos de
verano formativos...!
¡Seguiría a Jesucristo..., con aquellos que eran felices en una vida de
austeridad, de disciplina, y de exigencia…!
¡Seguiría a Jesucristo..., con aquellos hombres que en conversación personal me
parecían realmente profundos y coherentes, tanto en el pensar como en el
actuar!
¡Seguiría a Jesucristo..., con aquellos que se llamaban Cruzados de S. María, y
que la tenían a Ella, nuestra Santísima Madre en el centro de sus vidas…!
Creo que podemos concluir diciendo
que… Sí, ¡hay vocaciones! Pero hoy como ayer…, se necesitan testigos que las
recojan con una vida coherente y gozosamente cristiana.…