Hoy, la Iglesia, nos propone a S.
Martín de Porres. Todo un ejemplo de coherencia entre el amor a Dios y a los
hermanos con los que camina. Amor, que incluso se desborda en un trato
exquisito a los animales, a los que cuida, cura y alimenta en lo que puede. Con
las lecturas de hoy, S. Martín nos anime a profundizar en nuestro ser de Cristo
Así, en la primera lectura, se nos
muestran esos trazos tan marcados de S. Pablo; anunciar como
sea a Cristo,… lo espero con impaciencia,… Cristo será
glorificado en mi cuerpo… para mí la vida es
Cristo,… deseo partir para estar con Cristo,… quedarme en
esta vida veo que es más necesario para vosotros. (7
veces menciona a Jesús, en un párrafo de 9 líneas).
El de Pablo es un amor totalizante,
ardiente y anhelante hacia Cristo. Pero, puesto a elegir dónde estar en ese momento,
se inclina por el fruto que puede dar; siento que me quedaré y estaré a
vuestro lado, para que avancéis alegres en la fe. ¡Qué síntesis tan
estupenda entre oración y acción, entre amor a Dios y al que tenemos al lado!
El Salmo, vuelve a recordarnos cómo
debemos “hornear” (en boca de Sta. Teresa), en el amor al Señor; mi alma
tiene sed de Dios, del Dios vivo. Deseos que se hacen
impaciencia por verle pronto: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? Puede
parecer que con esta actitud quedamos aislados de la realidad. Desde
luego que Jesús, el Maestro, enseña algo bien distinto en el evangelio. Observa
que algunos invitados buscan ocupar los primeros puestos y les pone una
parábola para indicar cuál debe ser la verdadera actitud: porque todo
el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.
Vamos a encomendar a nuestra Madre,
maestra y modelo, el equilibrio inestable, entre contemplación
y acción, entre implicarnos con nuestros hermanos sin dejar de mantener la
llama ardiendo del amor a Dios en el corazón.