Celebramos hoy la Presentación de la
Virgen en el templo, también llamada la dedicación de la Virgen pues fue el día
que María, frente a Dios, decidió entregar toda su vida, incluida su
virginidad, a Dios. María es presentada en el Templo de Jerusalén, según la
costumbre judía, por sus padres; y María, en ese templo, signo de la gloria de
Dios en medio de su pueblo, decide consagrar su vida por entero al Señor… ¡y
cuánto le cundió esa entrega!
El Evangelio habla precisamente de
esto, como el trabajo del hombre redunda en grandes frutos. Salvando las
distancias, y sabiendo que ninguno de nosotros somos la Virgen María, también
la entrega de nuestra vida, invertir las pocas monedas que nos ha dado el Señor
(nuestra vida), invertidas en el “negocio del Cielo”, dan el doble… el Señor
toma nuestra pobre vida y da mil frutos de santidad.
¿Cuál fue el pecado del siervo que no
invirtió el dinero del Señor? El de desconfianza. Por tanto, ya nos está
marcando una clave para alcanzar esos frutos de santidad: la confianza… ¡Claro!
¡La santidad depende de cuanto confiemos en el Señor! En el seguimiento del
Señor NADIE PIERDE. ¡CRISTO NO QUITA NADA Y LO DA TODO! Que María nuestra Madre
nos ayude a entregar nuestra vida, a gastarla donde estemos, en cualquier
estado de vida que sea el nuestro… y si estamos discerniendo qué quiere Dios de
nosotros… Señor, ¿dónde quieres que entregue mi vida? “No tengáis miedo, abrid
las puertas de par en par a Cristo,”, total, “¿No está María aquí, que es
nuestra madre?”