14 noviembre 2018. Miércoles de la XXXII semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración


¡Qué caro sale el agradecimiento! Al menos, eso se podría pensar de lo poco que se oye, de lo que cuesta expresarlo. No me refiero solo al “gracias” respetuoso y protocolario -que también-, sino a ese agradecimiento sincero y profundo de quien, sabiéndose pequeño y necesitado de ayuda, dice un “gracias” lleno de contenido y de emoción.
¿Es que acaso no me siento leproso? ¿Es que acaso soy de esos nueve que lo ven tan normal, tan de derecho, que no son capaces de volverse unos metros para agradecer?
Las palabras finales de Jesús son muy elocuentes. A los otros 9 leprosos Jesús los curó, pero sólo al agradecido, además, lo salvo… por su fe. Pedimos muchas cosas al Señor y está bien, pero nos cuesta darle las gracias por lo recibido. Y mucho más, cuando lo recibido no coincide exactamente con lo que hemos pedido. Pero es que eso también es de agradecer. El Señor no se olvida de nosotros, siempre que le pedimos algo nos concede lo que mejor nos conviene, coincida o no con nuestros primeros deseos.
Por eso siempre hay que agradecer a Dios lo que nos pasa. No lo veo, pero es lo mejor para mí, para mis cercanos, y para el mundo entero. Hay una cuenta global, podríamos decir así, de cada una de nuestras acciones o reacciones, de los sufrimientos, las alegrías, los trabajos y las oraciones, y quizá hacen faltan unas cuantas oraciones o sufrimientos aceptados para equilibrar las cuentas del mundo. Es una forma de hablar, o una explicación para entenderlo, pero algo así debe ser, el mundo necesita de equilibradores del amor, del perdón, de la oración debida a Dios.
Si se eliminara el fútbol del mundo sería una pena, pero no sería algo esencial, el mundo seguiría viviendo -como antes de inventarlo-, pero si se perdiera el sufrimiento y el dolor, con la ternura, la comprensión y el amor que generan en el mundo, entonces sí que sería un auténtico desastre. Aunque no entendemos con razones agradezcamos confiados lo que recibimos. Ninguno de los 10 leprosos entendía su lepra, pero fue precisamente ella la que les permitió cruzarse con Jesús y ser curados, en directo, nada menos que por el Salvador del mundo. Lástima que solo uno se salvó en ese momento, el que fue, además, agradecido.
Para rezar hoy, qué mejor que presentarse delante del Señor y presentarle nuestra lepra, pedirle que nos la cure, y darle las gracias de corazón por adelantado, porque sabemos que lo recibido va a ser lo mejor para nosotros: “Jesús, maestro, ten compasión de mí”.

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