¡Qué caro sale el agradecimiento! Al menos, eso se podría pensar de lo
poco que se oye, de lo que cuesta expresarlo. No me refiero solo al “gracias”
respetuoso y protocolario -que también-, sino a ese agradecimiento sincero y
profundo de quien, sabiéndose pequeño y necesitado de ayuda, dice un “gracias”
lleno de contenido y de emoción.
¿Es que
acaso no me siento leproso? ¿Es que acaso soy de esos nueve que lo ven tan
normal, tan de derecho, que no son capaces de volverse unos metros
para agradecer?
Las
palabras finales de Jesús son muy elocuentes. A los otros 9 leprosos Jesús los
curó, pero sólo al agradecido, además, lo salvo… por su fe. Pedimos muchas
cosas al Señor y está bien, pero nos cuesta darle las gracias por lo recibido.
Y mucho más, cuando lo recibido no coincide exactamente con lo que hemos
pedido. Pero es que eso también es de agradecer. El Señor no se olvida de nosotros,
siempre que le pedimos algo nos concede lo que mejor nos conviene, coincida o
no con nuestros primeros deseos.
Por eso
siempre hay que agradecer a Dios lo que nos pasa. No lo veo, pero es lo mejor
para mí, para mis cercanos, y para el mundo entero. Hay una cuenta global,
podríamos decir así, de cada una de nuestras acciones o reacciones, de los
sufrimientos, las alegrías, los trabajos y las oraciones, y quizá hacen faltan
unas cuantas oraciones o sufrimientos aceptados para equilibrar las cuentas del
mundo. Es una forma de hablar, o una explicación para entenderlo, pero algo así
debe ser, el mundo necesita de equilibradores del amor, del perdón, de la
oración debida a Dios.
Si se
eliminara el fútbol del mundo sería una pena, pero no sería algo esencial, el
mundo seguiría viviendo -como antes de inventarlo-, pero si se perdiera el
sufrimiento y el dolor, con la ternura, la comprensión y el amor que generan en
el mundo, entonces sí que sería un auténtico desastre. Aunque no entendemos con
razones agradezcamos confiados lo que recibimos. Ninguno de los 10 leprosos
entendía su lepra, pero fue precisamente ella la que les permitió cruzarse con
Jesús y ser curados, en directo, nada menos que por el Salvador del mundo.
Lástima que solo uno se salvó en ese momento, el que fue, además, agradecido.
Para rezar
hoy, qué mejor que presentarse delante del Señor y presentarle nuestra lepra,
pedirle que nos la cure, y darle las gracias de corazón por adelantado, porque
sabemos que lo recibido va a ser lo mejor para nosotros: “Jesús,
maestro, ten compasión de mí”.