Podemos empezar nuestra oración de
hoy poniéndonos en presencia del Señor del Universo, que preside los días y las
noches, y situándonos con la imaginación (o en persona) en alguno de esos
lugares preciosos donde la naturaleza en esta época se tiñe de ocre con
tonalidades maravillosas.
El
padre Morales lo hace así en los puntos que preparó para este día. Os pongo un
par de extractos:
“Otoño.
En parques y bosques caen muertas, lentamente, las hojas. Amarillentas y secas,
se extinguen como los hombres unos tras otros. Desaparecen todos los que hemos
conocido. Aquellos que tengan nuestros recuerdos de la infancia; abuelos y tíos
ancianos. Luego, son nuestros padres quienes nos dejan, y nuestros hermanos
mayores. Y en la hora menos pensada, en frase de Jesús, te encuentras delante
de todos ellos con toda una vida atrás, presto para la marcha sin retorno. En
el momento en que se van, esos muertos queridos producen un desgarrón. Pero el
tiempo cura las heridas. Todos esos muertos que jalonan el camino de nuestra
vida acaban por no ser ya más que una gran melancolía.
Melancolía
del pasar. Melancolía del otoño. Hojas que se vuelven amarillentas y caen.
Melancolía que nace con la edad y que crece a medida que los seres queridos se
ocultan tras el sepulcro. Melancolía de las hojas que caen. Ramas muertas.
Musgo en viejas piedras. Hierba que brota entre las losas del patio en
ancestrales castillos. Pero melancolía llena de nostalgia de cielo. Melancolía
que añora vida eterna. La Iglesia se apodera en su liturgia de esta melancolía
esperanzada.”
Una
primera idea, pues: nuestros difuntos, los que hemos conocido, los que nos han
querido, los que, como dice el padre, guardan nuestros recuerdos más tempranos.
Hacerlos presentes, uno a uno, sin miedo, sin temor, y pedir al Señor por cada
uno, con cariño, con emoción. Es nuestra deuda con ellos en este día. No
dejemos de hacerlo. Sintámoslos cerca, como nos recuerda la canción del
musical:
“Con la oración uniremos dos mundos
separados
por el telón de la muerte subiéndose o bajando.
La vida eterna ya empezó el día en que nacimos
nosotros aquí, ellos allí, unidos en racimo.”
por el telón de la muerte subiéndose o bajando.
La vida eterna ya empezó el día en que nacimos
nosotros aquí, ellos allí, unidos en racimo.”
Y una segunda idea, llena de
esperanza. Escribe el padre Morales:
“«Y
la luz perpetua brille para ellos.» Sí, tú, Señor, eres esa luz. Luz con tus
santos para toda la eternidad. Porque tú no has creado al hombre
para la muerte y la tumba, para la melancolía y el sufrimiento, sino para la
vida, la felicidad, la luz. «¿Dónde está, ¡oh muerte! tu victoria? ¿Dónde tu
aguijón?», grita… Pablo… Un día lo escribió a los cristianos de Corinto: «La
muerte queda absorbida por la victoria del Señor nuestro, Jesucristo.» (1 Co
15,55).”
Invitación
a la esperanza, que redondea el evangelio de este día con frases como:
«Que no tiemble vuestro corazón;
creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas
estancias»
«Cuando vaya y os prepare sitio,
volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros.»
Podemos terminar la oración
saboreando el salmo 129 que rezaremos en la misa de hoy:
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa.
Y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.
la redención copiosa.
Y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.