11 noviembre 2018. Domingo XXXII del Tiempo Ordinario (Ciclo B) – Puntos de oración


Es domingo, el Día del Señor: la luz de Cristo resucitado ilumina nuestras vidas. Él es el vencedor de la muerte y del pecado. Comenzamos nuestra oración proclamando la victoria de la Vida con esperanza, pues Cristo ha triunfado para coronarnos a nosotros: “¡Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en tu victoria santa!”.
Estos domingos de noviembre, últimos del año litúrgico, nos sitúan ante las consecuencias de nuestra fe para el más allá de la muerte y edifican así nuestra esperanza. Vivimos mejor nuestra vida teniendo presente la meta que nos espera y a la que caminamos. En la segunda lectura se nos dice que” el destino de los hombres es morir una sola vez; y después de la muerte, el juicio”. Sin duda que estas palabras tenían que sonar a nuevas en aquel tiempo en que se aceptaba la reencarnación y, por tanto, que el hombre nacía y moría muchas veces hasta que se liberaba del cuerpo y de este mundo material. Pero la fe cristiana tiene su centro en Jesucristo, y lo que a Él le ha sucedido, es nuestro propio destino: la resurrección de la carne. Meditemos estas palabras de la carta a los hebreos, dando gracias porque el Señor ha iluminado con su muerte y resurrección el misterio de nuestro destino:
“Él se ha manifestado una sola vez, al final de los tiempos, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez; y después de la muerte, el juicio. De la misma manera, Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, para salvar a los que lo esperan”.
Digamos con fe y esperanza en la Eucaristía de hoy: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección: ¡Ven, Señor Jesús!”
La esperanza en la vida eterna es luz para el presente: ¿Cómo vivir nuestra peregrinación en esta vida? ¿Dónde poner el corazón? Dos viudas de la Sagrada Escritura nos enseñan este domingo a vivir conforme al don que hemos recibido: una aparece en el Primer libro de los Reyes, la otra en el evangelio de san Marcos. Ambas son muy pobres y demuestran una gran fe en Dios. Esa fe se muestra en dos cosas:
-          construyen su vida sobre la fe en Dios en quien confían totalmente. Son pobres de espíritu y se fían de la Palabra de Dios. No tienen apoyos terrenos, solo tienen a Dios como seguro de vida.
-          Las dos demuestran su fe realizando un gesto de caridad: una hacia el profeta y la otra dando una limosna. Nos enseñan que la fe actúa por el amor, no se queda sin obras. Hasta el más pobre puede dar y su caridad es preciosa a los ojos de Dios.
La Palabra de Dios no sirve de examen en este día, examen sobre nuestra fe: ¿Es Dios el fundamento de mi vida? ¿Soy desprendido de lo terreno y comparto lo que tengo y soy con quien lo necesita? ¿Doy de lo que me sobra o me doy a mí mismo sacrificando mi comodidad y mi egoísmo para darme e los demás?
La esperanza en la vida eterna, en la manifestación gloriosa de Jesucristo al final de los tiempos, ha de ayudarnos a valorar qué es lo que quedará de lo que hayamos hecho: solo el amor. “Lo que no se da, se pierde”. Meditemos, para concluir, estas palabras de San León Magno:
“Sobre la balanza de la justicia divina no se pesa la cantidad de los dones, sino el peso de los corazones. La viuda del Evangelio depositó en el tesoro del templo dos monedas de poco valor y superó los dones de todos los ricos. Ningún gesto de bondad carece de sentido delante de Dios, ninguna misericordia permanece sin fruto”.
¡Feliz día del Señor!

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