24 marzo 2019. Domingo III de Cuaresma (Ciclo C) – Puntos de oración


1.   Dijo Dios: —«No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado.» Y añadió: —«"Soy el que soy" Éxodo 3, 1-8a 13-15
¡Qué escena tan bella y significativa para vivir la oración con respeto, reverencia, estupor! Un buen momento para retomar las adiciones de los Ejercicios de San Ignacio, al acostarse, al levantarse, vivir plenamente el silencio mayor (de labios, de ojos, de imaginación), fuera la dictadura del ruido, lo postizo, lo añadido… hay que descalzarse, cruzar el umbral de lo sagrado, dejar “lo que no es” porque voy a un espacio-tiempo sagrado, “lo que es”, EL QUE ES, y, claro para estar con el TODO del todo no puedo tener nada en nada.
Puede ayudarnos la primera parte del mensaje papal para la Cuaresma donde nos invita a la “regeneración” a vivir la redención de la creación
“La celebración del Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, culmen del año litúrgico, nos llama una y otra vez a vivir un itinerario de preparación, conscientes de que ser conformes a Cristo (cf. Rm 8,29) es un don inestimable de la misericordia de Dios.
 Si el hombre vive como hijo de Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios, comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando en su redención.
Por esto, la creación —dice san Pablo— desea ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos gozan de la gracia del misterio pascual de Jesús disfruten plenamente de sus frutos, destinados a alcanzar su maduración completa en la redención del mismo cuerpo humano. Cuando la caridad de Cristo transfigura la vida de los santos —espíritu, alma y cuerpo—, estos alaban a Dios y, con la oración, la contemplación y el arte hacen partícipes de ello también a las criaturas, como demuestra de forma admirable el “Cántico del hermano sol” de san Francisco de Asís (cf. Enc. Laudato si’, 87). Sin embargo, en este mundo la armonía generada por la redención está amenazada, hoy y siempre, por la fuerza negativa del pecado y de la muerte”.
2.  El Señor es compasivo y misericordioso (Salmo 102)
A mí me encanta cantarlo de modo suave, hasta hacerlo mío. Este precioso salmo nos explica quién es Dios y cómo es Él: Dios es compasivo, misericordioso, perdona y nos colma de gracia y de ternura. Esa ternura que necesita este mundo de hoy atormentado y a la que nos invita el Papa Francisco cuando quiere que hagamos “la revolución de la ternura”.
Esta palabra me lleva al precioso libro de E. Leclerc San Francisco de Asís. Exilio y ternura en el que se nos presenta el mundo interior de San Francisco en busca de lo mejor de sí, de su Orden, que le lleva hasta querer convertir al Sultán…Aparentemente fracasa en los tres frentes.
Tras la misión con el Sultán, concluye: “Volvemos con las manos vacías, como obreros que no han conseguido contratarse o que han despedido como inútiles. No hemos convertido a nadie. El Señor no ha querido nuestra vida. No hemos sido encontrados dignos de sufrir por su nombre. Como Moisés, no hemos podido entrar en la tierra prometida”.
Ante las divisiones de su Orden: “En silencio y en secreto, Francisco contemplaba a su Señor crucificado. Él, al menos, creía en el amor. Él era el Amor. Pero el Amor no había sido amado. Ni lo era más en el día presente. Había sido crucificado y seguía estándolo…Se reprochaba su orgullo. Se hacía así pequeñito ante Dios. Y en su alma devastada, la paz buscaba camino de volver a florecer”.
Como veía que algunos hermanos se le alejaban, “Una luz extraordinaria le penetró: ‘Me haré más padre haciéndome más hermano…Se hizo su amigo, sin condescendencia per sin sombra de rigidez. No escandalizaba a nadie, amaba a todos con paciencia…Era, verdaderamente, su criado. A un superior del convento, que se le quejaba por el comportamiento díscolo de los hermanos y le reclamaba la paz de una ermita a cambio de su cargo, le contestó: Todo lo que ellos te hacen ver y sufrir, aunque sean golpes, acógelos como una gracia. Ámalo sencillamente, como son. Esto te hará más bien que vivir en la ermita” “Francisco perseveró, y un día, de la otra orilla del silencio, la paz, semejante a una paloma blanca, vino a posarse al borde su alma…Había aceptado morir con Cristo, aceptado a Dios a fondo. Ahora le bastaba que Dios fuera Dios. Esta certidumbre por sí sola le llenaba, le purificaba su deseo hasta LA TRANSPARENCIA”.
3.“Estas cosas sucedieron en figura para nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron aquellos” (1 Cor 10, 1-6)0-12
Esta semana me ha golpeado la noticia de la “deserción” de dos sacerdotes conocidos y queridos para mí. Una invitación a escarmentar en cabeza ajena y reparar. De hecho, la vida del pueblo con Moisés en el desierto fue escrita para escarmiento nuestro. El apóstol nos recuerda lo que pasó en el desierto para que no nos suceda lo mismo. Todos los israelitas salieron de Egipto, comieron y bebieron del milagro de Dios… pero no todos llegaron a la tierra prometida“quedando sus cuerpos tendidos por el desierto”. De esta manera nos invita a no fiarnos de nosotros. Seamos fieles a Dios. Aprovechemos sus dones. Y concluye con estas palabras: “Por tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga”.
4. “Convertíos —dice el Señor—, porque está cerca el reino de los cielos” (Mt 4, 17)
La aclamación del Evangelio nos explica el porqué de la conversión que nos pide el Señor: “El reino de los cielos está cerca de nosotros”. La cuaresma va avanzando. Será bueno meditar hasta qué punto nos vamos acercando a Dios y a su reino.
 5. “Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera” (Lc 13, 1-9)
Comienza San Lucas con una reflexión que hizo Jesús sobre los galileos asesinados por Pilato mientras ofrecían los sacrificios. La pregunta vale también para nosotros que a veces pensamos que se incendió un mercado, una discoteca, un edificio, y fácilmente sacamos la conclusión de que aquellos eran unos pecadores y murieron por castigo divino. Sin embargo, Jesús advierte que no es cierto y que “si no os convertís todos pereceréis de la misma manera”. A continuación, viene una pequeña parábola. Será bueno que al leerla nos fijemos en la pena que siente Jesús decepcionado porque tu vida no fructifica después de tanto tiempo y tantas posibilidades que te da la gracia. Jesús, como el dueño de la viña que esperaba el fruto de la higuera, espera tu fruto: “Yo os he escogido para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca”.
El Papa nos da la solución en su mensaje cuaresmal de “La fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón” ((n. 3)
Por esto, la creación tiene la irrefrenable necesidad de que se manifiesten los hijos de Dios, aquellos que se han convertido en una “nueva creación”: «Si alguno está en Cristo, es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo» (2 Co5,17). En efecto, manifestándose, también la creación puede “celebrar la Pascua”: abrirse a los cielos nuevos y a la tierra nueva (cf. Ap 21,1).
Y el camino hacia la Pascua nos llama precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos, mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda la riqueza de la gracia del misterio pascual.
Esta “impaciencia”, esta expectación de la creación encontrará cumplimiento cuando se manifiesten los hijos de Dios, es decir cuando los cristianos y todos los hombres emprendan con decisión el “trabajo” que supone la conversión. Toda la creación está llamada a salir, junto con nosotros, «de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21).
La Cuaresma es signo sacramental de esta conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en particular, mediante el ayuno, la oración y la limosna.
Ayunar, o sea aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón.
Orar para saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y declararnos necesitados del Señor y de su misericordia.
Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. Y volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad.

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