1. Dijo
Dios: —«No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio
que pisas es terreno sagrado.» Y añadió: —«"Soy el que
soy" Éxodo 3, 1-8a 13-15
¡Qué escena tan bella y significativa
para vivir la oración con respeto, reverencia, estupor! Un buen momento para
retomar las adiciones de los Ejercicios de San Ignacio, al acostarse, al
levantarse, vivir plenamente el silencio mayor (de labios, de ojos, de
imaginación), fuera la dictadura del ruido, lo postizo, lo añadido… hay que
descalzarse, cruzar el umbral de lo sagrado, dejar “lo que no es” porque voy a
un espacio-tiempo sagrado, “lo que es”, EL QUE ES, y, claro para estar con el
TODO del todo no puedo tener nada en nada.
Puede ayudarnos la primera parte del
mensaje papal para la Cuaresma donde nos invita a la “regeneración” a vivir la
redención de la creación
“La celebración del Triduo Pascual de la
pasión, muerte y resurrección de Cristo, culmen del año litúrgico, nos llama
una y otra vez a vivir un itinerario de preparación, conscientes de que ser
conformes a Cristo (cf. Rm 8,29) es un don inestimable de la
misericordia de Dios.
Si el hombre vive como hijo de
Dios, si vive como persona redimida, que se deja llevar por el Espíritu Santo
(cf. Rm 8,14), y sabe reconocer y poner en práctica la ley de Dios,
comenzando por la que está inscrita en su corazón y en la
naturaleza, beneficia también a la creación, cooperando en su redención.
Por esto, la creación —dice san Pablo—
desea ardientemente que se manifiesten los hijos de Dios, es decir, que cuantos
gozan de la gracia del misterio pascual de Jesús disfruten plenamente de sus
frutos, destinados a alcanzar su maduración completa en la redención del mismo
cuerpo humano. Cuando la caridad de Cristo transfigura la vida de los santos
—espíritu, alma y cuerpo—, estos alaban a Dios y, con la oración, la
contemplación y el arte hacen partícipes de ello también a las criaturas, como
demuestra de forma admirable el “Cántico del hermano sol” de san Francisco de
Asís (cf. Enc. Laudato si’, 87). Sin embargo, en este mundo la armonía
generada por la redención está amenazada, hoy y siempre, por la fuerza negativa
del pecado y de la muerte”.
2. El Señor es compasivo y misericordioso (Salmo 102)
A mí me encanta cantarlo de modo suave,
hasta hacerlo mío. Este precioso salmo nos explica quién es Dios y cómo es Él:
Dios es compasivo, misericordioso, perdona y nos colma de gracia y de ternura.
Esa ternura que necesita este mundo de hoy atormentado y a la que nos invita el
Papa Francisco cuando quiere que hagamos “la revolución de la ternura”.
Esta palabra me lleva al precioso libro
de E. Leclerc San Francisco de Asís. Exilio y ternura en el
que se nos presenta el mundo interior de San Francisco en busca de lo
mejor de sí, de su Orden, que le lleva hasta querer convertir al
Sultán…Aparentemente fracasa en los tres frentes.
Tras la misión con el Sultán, concluye:
“Volvemos con las manos vacías, como obreros que no han conseguido contratarse
o que han despedido como inútiles. No hemos convertido a nadie. El Señor no ha
querido nuestra vida. No hemos sido encontrados dignos de sufrir por su nombre.
Como Moisés, no hemos podido entrar en la tierra prometida”.
Ante las divisiones de su Orden: “En
silencio y en secreto, Francisco contemplaba a su Señor crucificado. Él, al
menos, creía en el amor. Él era el Amor. Pero el Amor no había sido amado. Ni
lo era más en el día presente. Había sido crucificado y seguía estándolo…Se
reprochaba su orgullo. Se hacía así pequeñito ante Dios. Y en su alma
devastada, la paz buscaba camino de volver a florecer”.
Como veía que algunos hermanos se le
alejaban, “Una luz extraordinaria le penetró: ‘Me haré más padre haciéndome más
hermano…Se hizo su amigo, sin condescendencia per sin sombra de rigidez. No
escandalizaba a nadie, amaba a todos con paciencia…Era, verdaderamente, su
criado. A un superior del convento, que se le quejaba por el comportamiento
díscolo de los hermanos y le reclamaba la paz de una ermita a cambio de su cargo,
le contestó: Todo lo que ellos te hacen ver y sufrir, aunque sean golpes,
acógelos como una gracia. Ámalo sencillamente, como son. Esto te hará más bien
que vivir en la ermita” “Francisco perseveró, y un día, de la otra orilla del
silencio, la paz, semejante a una paloma blanca, vino a posarse al borde su
alma…Había aceptado morir con Cristo, aceptado a Dios a fondo. Ahora le bastaba
que Dios fuera Dios. Esta certidumbre por sí sola le llenaba, le purificaba su
deseo hasta LA TRANSPARENCIA”.
3.“Estas cosas sucedieron en figura para
nosotros, para que no codiciemos el mal como lo hicieron aquellos” (1 Cor 10, 1-6)0-12
Esta semana me ha golpeado la noticia de
la “deserción” de dos sacerdotes conocidos y queridos para mí. Una invitación a
escarmentar en cabeza ajena y reparar. De hecho, la vida del pueblo con Moisés
en el desierto fue escrita para escarmiento nuestro. El apóstol nos
recuerda lo que pasó en el desierto para que no nos suceda lo mismo. Todos los
israelitas salieron de Egipto, comieron y bebieron del milagro de Dios… pero no
todos llegaron a la tierra prometida“quedando sus cuerpos tendidos por el
desierto”. De esta manera nos invita a no fiarnos de nosotros. Seamos
fieles a Dios. Aprovechemos sus dones. Y concluye con estas palabras: “Por
tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga”.
4. “Convertíos —dice el Señor—, porque
está cerca el reino de los cielos” (Mt 4,
17)
La aclamación del Evangelio nos
explica el porqué de la conversión que nos pide el Señor: “El reino de
los cielos está cerca de nosotros”. La cuaresma va avanzando. Será
bueno meditar hasta qué punto nos vamos acercando a Dios y a su reino.
5. “Si no os convertís, todos
pereceréis de la misma manera” (Lc 13, 1-9)
Comienza San Lucas con una reflexión que
hizo Jesús sobre los galileos asesinados por Pilato mientras ofrecían los
sacrificios. La pregunta vale también para nosotros que a veces pensamos que se
incendió un mercado, una discoteca, un edificio, y fácilmente sacamos la
conclusión de que aquellos eran unos pecadores y murieron por castigo divino.
Sin embargo, Jesús advierte que no es cierto y que “si no os convertís
todos pereceréis de la misma manera”. A continuación, viene una
pequeña parábola. Será bueno que al leerla nos fijemos en la pena que siente
Jesús decepcionado porque tu vida no fructifica después de tanto tiempo y
tantas posibilidades que te da la gracia. Jesús, como el dueño de la viña que
esperaba el fruto de la higuera, espera tu fruto: “Yo os he escogido
para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca”.
El Papa nos da la solución en su mensaje
cuaresmal de “La fuerza regeneradora del arrepentimiento y del perdón” ((n. 3)
Por esto, la creación tiene la
irrefrenable necesidad de que se manifiesten los hijos de Dios, aquellos que se
han convertido en una “nueva creación”: «Si alguno está en Cristo, es una
criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo» (2 Co5,17).
En efecto, manifestándose, también la creación puede “celebrar la
Pascua”: abrirse a los cielos nuevos y a la tierra nueva (cf. Ap 21,1).
Y el camino hacia la Pascua nos llama
precisamente a restaurar nuestro rostro y nuestro corazón de cristianos,
mediante el arrepentimiento, la conversión y el perdón, para poder vivir toda
la riqueza de la gracia del misterio pascual.
Esta “impaciencia”, esta expectación de
la creación encontrará cumplimiento cuando se manifiesten los hijos de Dios, es
decir cuando los cristianos y todos los hombres emprendan con decisión el
“trabajo” que supone la conversión. Toda la creación está llamada a salir, junto
con nosotros, «de la esclavitud de la corrupción para entrar en la gloriosa
libertad de los hijos de Dios» (Rm 8,21).
La Cuaresma es signo sacramental de esta
conversión, es una llamada a los cristianos a encarnar más intensa y
concretamente el misterio pascual en su vida personal, familiar y social, en
particular, mediante el ayuno, la oración y la limosna.
Ayunar, o sea
aprender a cambiar nuestra actitud con los demás y con las criaturas: de la
tentación de “devorarlo” todo, para saciar nuestra avidez, a la capacidad de
sufrir por amor, que puede colmar el vacío de nuestro corazón.
Orar para
saber renunciar a la idolatría y a la autosuficiencia de nuestro yo, y
declararnos necesitados del Señor y de su misericordia.
Dar limosna para salir de la necedad de vivir y acumularlo todo para nosotros
mismos, creyendo que así nos aseguramos un futuro que no nos pertenece. Y
volver a encontrar así la alegría del proyecto que Dios ha puesto en la
creación y en nuestro corazón, es decir amarle, amar a nuestros hermanos y al
mundo entero, y encontrar en este amor la verdadera felicidad.