Hagamos silencio. Móvil en modo avión.
Corazón sereno. Respira despacio, haz una pausa, que el cuerpo se relaje. Rezamos
con todo nuestro ser no solo con la cabeza o el corazón. Toma conciencia de que
estás ante la presencia -física o espiritual- de Dios, que te estaba esperando.
Ahora ponte a la escucha.
Hoy es uno de esos días en que las
lecturas son claras, rotundas, no ofrecen dudas en cuanto a su interpretación.
“Maldito el que confía en el hombre”. “Bendito el que confía en el Señor”. No
hay por donde escaparse de la rotundidad del Antiguo Testamento.
Jesús es más sutil pero igual de claro:
el bueno se salva, el malo se condena. El que pone su confianza en sí mismo, en
sus riquezas tiene una perspectiva muy oscura.
Nosotros nos declaramos cristianos, pero
¿en quién tenemos puesta nuestra confianza? ¿En nosotros mismos, en nuestras
virtudes y cualidades o en el Dios que nos las ha regalado y nos sostiene con
vida cada día?
Pidamos hoy que esta Cuaresma nos sirva
para volver a depositar la confianza en Dios, soltar nuestras seguridades y
mirar más a los demás, que son expresión de cómo Dios nos acompaña. Echemos
raíces junto a ellos a la rivera de ese amor que nos nutre.
Y sigamos mirando a san José, en este
mes de marzo, para que, junto María nos enseñen a desaparecer amando.