Nos acercamos a la oración probablemente
llenos de tribulaciones, de ese ruido interior que el mundo nos trasmite. La experiencia
nos ha enseñado una y otra vez que el amigo con el que nos vamos a encontrar es
“Aquel al que los vientos y el mar obedecen”. Esperamos de una forma más
o menos consciente la dádiva de la paz, esa serenidad que nos da el don de
discernir lo verdaderamente importante de lo accesorio.
Empecemos por dar gracias a Dios, por
poder tener entre nuestras manos la “Sagrada Escritura”. La
Biblia contiene la “Revelación de Dios al hombre”, es decir, la acción
de “revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su
voluntad” (Dei Verbum-Vaticano II). Ahora bien, nuestra fe nos
lleva al encuentro personal con un Padre que nos ama y un Hijo que representa
el momento culminante de la revelación. Nuestra fe nos permite una
espiritualidad dialógica, donde escuchamos y hablamos con nuestro Dios.
No tenemos “una religión del libro”, la Biblia no es un libro “caído del cielo”
que nos marque incuestionablemente nuestra vida, como puede ser el Corán.
El evangelio de las tentaciones de Jesús
en el desierto comienza con aquello de “el Espíritu lo fue llevando por el
desierto, mientras era tentado por el diablo”. Imaginemos la escena,
un paraje abrupto, poca vegetación y el demonio queriendo sacar a Jesús del
cumplimiento de la voluntad del Padre. Recordemos que la escena es
inmediatamente después del bautismo, en el bautismo Jesús ha sido ungido. Ha
recibido la investidura formal de su ministerio. La unción ha sido considerada
en el Antiguo Testamento como la concesión de los dones requeridos por el
cargo.
Tengamos un primer coloquio con el Señor
y preguntémosle: ¿Por qué? ¿Por qué te dejas tentar? ¿Por qué, después de ser
“ungido”, lo primero es la tentación? Sentiremos en nuestro interior, su
respuesta: La tentación existe desde siempre, siempre ha sido así. Desde el
principio el hombre fue tentado. Los hombres se quejan de estar pasando
tristezas, desalientos, depresiones. El “Ungido” debe adentrarse en el drama de
la existencia humana, recorrerlo hasta sus últimas profundidades para así
encontrar a la “oveja perdida”, cargarla sobre los hombros y llevarla a
casa.
La tentación no siempre es del demonio,
el mundo y la carne también tientan. Cuando es del demonio, puede ser un
indicador de que vamos por buen camino. Abelardo cita a san Juan de
Ávila: “Señal es que Lucifer no tiene parte en ti, pues va tras de ti;
que, si te tuviera, no te siguiera.”.
Demos gracias a Dios, por nuestro intercesor, el “Ungido”, ha querido
ser semejante a nosotros, hasta en la tentación. Que la Madre nos ayude a
entender estas cosas con el corazón.