10 marzo 2019. Domingo I de Cuaresma (Ciclo C) – Puntos de oración

Nos acercamos a la oración probablemente llenos de tribulaciones, de ese ruido interior que el mundo nos trasmite. La experiencia nos ha enseñado una y otra vez que el amigo con el que nos vamos a encontrar es “Aquel al que los vientos y el mar obedecen”. Esperamos de una forma más o menos consciente la dádiva de la paz, esa serenidad que nos da el don de discernir lo verdaderamente importante de lo accesorio.  
Empecemos por dar gracias a Dios, por poder tener entre nuestras manos la “Sagrada Escritura”.   La Biblia contiene la “Revelación de Dios al hombre”, es decir, la acción de “revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad” (Dei Verbum-Vaticano II). Ahora bien, nuestra fe nos lleva al encuentro personal con un Padre que nos ama y un Hijo que representa el momento culminante de la revelación.  Nuestra fe nos permite una espiritualidad dialógica, donde escuchamos y hablamos con nuestro Dios.  No tenemos “una religión del libro”, la Biblia no es un libro “caído del cielo” que nos marque incuestionablemente nuestra vida, como puede ser el Corán. 
El evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto comienza con aquello de “el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo”. Imaginemos la escena, un paraje abrupto, poca vegetación y el demonio queriendo sacar a Jesús del cumplimiento de la voluntad del Padre. Recordemos que la escena es inmediatamente después del bautismo, en el bautismo Jesús ha sido ungido. Ha recibido la investidura formal de su ministerio. La unción ha sido considerada en el Antiguo Testamento como la concesión de los dones requeridos por el cargo.
Tengamos un primer coloquio con el Señor y preguntémosle: ¿Por qué? ¿Por qué te dejas tentar? ¿Por qué, después de ser “ungido”, lo primero es la tentación? Sentiremos en nuestro interior, su respuesta: La tentación existe desde siempre, siempre ha sido así. Desde el principio el hombre fue tentado. Los hombres se quejan de estar pasando tristezas, desalientos, depresiones. El “Ungido” debe adentrarse en el drama de la existencia humana, recorrerlo hasta sus últimas profundidades para así encontrar a la “oveja perdida”, cargarla sobre los hombros y llevarla a casa. 
La tentación no siempre es del demonio, el mundo y la carne también tientan. Cuando es del demonio, puede ser un indicador de que vamos por buen camino. Abelardo cita a san Juan de Ávila: “Señal es que Lucifer no tiene parte en ti, pues va tras de ti; que, si te tuviera, no te siguiera.”.
Demos gracias a Dios, por nuestro intercesor, el “Ungido”, ha querido ser semejante a nosotros, hasta en la tentación. Que la Madre nos ayude a entender estas cosas con el corazón.

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