Un gemido y una promesa. El gemido de
Israel avergonzado por sus faltas. Y la promesa del Señor de transformar el
corazón de los hombres según su corazón. Eso es lo que nos presentan las
lecturas del día de hoy. Eso es lo que es la Cuaresma: la súplica del pueblo de
Dios y la promesa de Dios. Promesa que aguardamos y que se cumplirá en la
Pascua: la muerte y Resurrección del Señor.
Israel pone hoy voz a toda la humanidad.
Una cosa martiriza a Israel -a todos los hombres-: “hemos pecado”. Leamos con atención la primera
lectura, dejemos que nos golpee esa angustia de Israel: “pecado Señor,
conocíamos lo que te agrada, pero hemos pecado, no hay nada que nos justifique,
hemos pecado…”. Ese es también nuestro gemido hoy. Hemos pecado. Somos
cristianos desde hace mucho tiempo. Sabemos lo que agrada a Dios. Sabemos lo
que nos ama y que solo nos pide que vivamos su voluntad y que amemos a los
hermanos. Pero no hemos actuado así. “Hemos pecado”. Convirtamos la voz de
Israel en nuestra voz.
Israel está desconcertado porque tenían
la ley de Dios y no la han seguido. ¿Cómo invocar al Señor ahora? En la primera
lectura y en el salmo notamos ese desconcierto de Israel, que es el nuestro. Y
ahora, ¿qué? Pero Israel no se separa del Señor. No sabe lo que puede esperar
del Señor, quizá solo mal, solo castigo. Pero no puede separarse de Él. Israel
duda entre pedir el castigo, volver constantemente a su culpa, e invocar la
misericordia del Señor. Israel sufre porque no entiende qué ha pasado. Lo mismo
que nosotros. Somos pecadores, ¿y ahora qué? Hagamos como Israel. Quizá no
seamos capaces más que recordarle al Señor nuestros pecados. Quizá no podamos
más que pedirle que tenga misericordia de nosotros, aunque no la merezcamos.
Quizá… Pero no nos separemos de Él. La Cuaresma es eso, esa invitación a no retirar
nuestro gemido de pecadores del Señor
Y la respuesta del Señor llega: “Sed
misericordiosos como vuestro Padre…”, “no juzguéis…”, “perdonad…”. Podría
parecer unas palabras severas. Un recordatorio de lo que deberíamos haber hecho
y no hemos hecho. Pero podemos verlo de otra manera. Podemos ver a Jesús que
nos lo repite porque nos quiere dar una nueva oportunidad: “Has pecado, vuelve
a empezar, no des vueltas a tu pecado”. Y podemos verlo, ante todo, como una
promesa: “Te prometo que algún día esta palabra se realizará en ti. Que dejarás
de verte pecador y que amarás con mi Corazón”. Esa es la promesa hacia la que
avanzamos, la promesa que esperamos. La Pascua. La Pascua. La muerte y la
Resurrección. Y nos preparamos dejando que nuestro corazón gima por nuestros
pecados, para sentir esa necesidad de Él.