Estamos en el tiempo propio para
volvernos hacia el Señor, es el tiempo aceptable, para entrar ir el camino de
la santidad de la que nos habla el papa Francisco en la exhortación apostólica
“Gaudete et Exultate” nº 17 “A veces la vida nos presenta desafíos
mayores y a través de ellos el Señor nos invita a nuevas conversiones, que
permiten que su gracia se manifieste mejor en nuestra existencia para que
participemos de su santidad” (Heb 12,10)
Sí este es el tiempo oportuno, el tiempo
aceptable para convertirnos de nuevo, para volver al camino, retornar a la vía
que nos conduce al conocimiento del amor y la misericordia que nos ha
prodigado. Igual que los profetas que se jugaban el tipo como hemos leído o
escuchado o las dos cosas en estos días, Isaías, Jeremías, sus palabras
llamando a la conversión, a los mandamientos de Moisés, eran rechazados,
juraban matarlos.
Uno de estos días me preguntaban ¿tú
crees en la Virgen? A lo que respondí, “no solo creo, sino que la amo como
madre mía y de los hombres”. Un movimiento de paz me llenó. Luego pensaba, por
esto o confesiones parecidas, muchos cristianos en países perseguidos se juegan
la vida. Hoy si no nos convertimos y somos testigos, no pasará mucho tiempo sin
que nos ocurra también aquí en “la católica España”. Circula por todas partes
una niebla, un humo, ignorancia u olvido en un ambiente de sensaciones,
inmediatez, vivir al día desconocer ideas fundamentales sobre el ser y la
dignidad de la persona que en cuanto empiezas a profundizar en una conversación
de camino, no hay respuestas ni seguridad. Solamente tópicos para salir del
momento.
Las lecturas de hoy nos llevan al
conocimiento de Dios y por el conocimiento al amor y por el amor a la vida, a
ser testigos en medio de una realidad (ahora algunos científicos les ha dado
por decir que no existe y lo van a demostrar experimentalmente¡:. ! en el CERN)
alejada de Dios, donde Dios no cuenta en las leyes como le pasaba a
Moisés con su pueblo y les exhortaba como hoy nos lo hace el Papa a que
escucharan y cumplieran los mandatos del Señor. Y les habla de sus cualidades,
pueblo sabio e inteligente… gran nación…Pero ten cuidado, guárdate bien de
olvidar las cosas que han visto tus ojos y que no se aparten de tu corazón
mientras vivas; cuéntaselas a tus hijos y nietos”.
En el Evangelio, Jesús nos exhorta a lo
mismo: “No creáis que he venido a abolir la ley y lo que dijeron los profetas,
sino a dar plenitud. En verdad os digo (esta manera de hablar de Jesús es muy
firme cuando empieza, En verdad…) que antes pasarán el cielo y la tierra que
deje de cumplirse hasta la última tilde o letra de la ley. El que se salte uno
de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres, será el
menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será
grande en el reino de los cielos.”
Tenemos que conocer a Jesús, amarle y
vivirle, para ello hay que rozar con sus palabras, llevarlas al corazón,
hacerlas vida. Entonces se nos grabará bien su mirada, que nos convertirá,
volverá hacia Él que nos habla de vida eterna, y también del infierno, en el
pasaje del rico y el pobre del que nos hablaba la lectura del otro día, de la
penitencia y oración en el Desierto de las tentaciones o en el Tabor, donde
Pedro quería quedarse para siempre y no era más que una preparación para lo que
iba a venir después.
Preparémonos, nosotros también,
contemplándole en uno de estos pasajes y con María, le acompañemos en el
desierto a lo largo de la cuaresma para llegar a la Semana Santa para morir con
él y resucitar.