Nos ponemos en
la presencia de Dios: Que todas mis intenciones y acciones de este domingo
sirvan para la gloria de Dios y la salvación de los hombres, mis hermanos.
Pedimos a la
Virgen su intercesión. Nos sumergimos en la contemplación del evangelio de la
misericordia.
- Podemos
imaginar “la película” de la parábola del hijo pródigo, si nos ayuda,
- o
centrarnos en su mensaje, mediante una repetición acompasada de una jaculatoria
o breve oración, por ej...
o ¡he pecado
contra el cielo y contra ti, Padre!
o ¡gracias,
Padre, por el abrazo que me das!
Podemos
reflexionar en el hijo pequeño, el llamado hijo pródigo: ¡Cuántas veces nos
hemos comportado como él, disfrutando de los bienes que Dios nos ha dado -vida,
inteligencia, fortaleza, comida…- sin una mínima referencia a Él, “¡lejos de
Él!”. Cuántas veces hemos usado de manera egoísta y buscando el placer o la
satisfacción inmediata, derrochando tiempo, ilusión y energías de manera
irresponsable, ¡gastando todo lo que nos confió!
También
podemos ver al hijo mayor, que no conoce el corazón ni las preocupaciones, ni
las alegrías de su Padre, aunque vive bajo el mismo techo: ¡Qué horror, tan
cerca y tan lejos! No se siente hijo, sino siervo explotado; en su corazón no
hay amor, sino resentimiento por la paga no recibida. No conoce que todo lo del
Padre le pertenece. ¡No conoce a Dios ni se conoce a sí mismo!
Por último,
miramos al Padre: Es la imagen más “lograda” de Dios que nos ha dejado la
palabra de Jesús: Dios es donación sin regateos, es respeto absoluto a la
libertad, es sufrimiento silencioso sin reproches, es esperanza contra toda
esperanza, es ver de lejos, ilusionándose con el reencuentro, es sordera
infinita a nuestras justificaciones, es abrazo a la carrera, es beso y caricia
al pobre y maloliente, es donación que no se agota jamás, es redención y
alegría, es vida, vida eterna en banquete y plenitud.
Sentir y
gustar alguno de estos “rostros” de Dios. ¡Que la Virgen nos lo conceda y nos
haga apóstoles de este Dios misericordioso!