30 marzo 2019. Sábado de la III semana de Cuaresma – Puntos de oración


La palabra de Dios de hoy es preciosa. De esas que deberían escribirse en la pared, en una pancarta y colgarla de los balcones.
Selecciono dos frases de Oseas.
La primera refleja el programa de la Cuaresma y de toda conversión: “Vamos a volver al Señor”. Ya está dicho todo, si no quieres seguir y te arrodillas y repites esto desde el corazón, no necesitas leer lo que sigue.
La segunda frase es el corazón del Antiguo Testamento y de nuevo repito que no necesita comentario sino meditación: “Quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos”.
El salmo se hace eco de esta palabra. ¿Qué es lo que quiere Dios? “Un corazón quebrantado y humillado”.
El evangelio nos hace ahondar en este mensaje de cuaresma, de conversión y misericordia, con la parábola del fariseo y el publicano.
Copio unas palabras de un blog del obispo de Cáceres, D. Francisco Cerro: este pasaje es muy querido para él; hasta el punto de que le ha dedicado un libro (“Solos y de pie. Parábola del fariseo y el publicano”):
Era un día de primavera. Dos hombres subieron al templo a orar. Uno daba gracias a Dios, erguido como un ciprés. El otro miraba al cielo y se sentía pecador.
Los dos oraron. Pero con distinto corazón. Uno, el fariseo, le contó a Dios lo bueno que era. El publicano oraba como pecador. Se sentía avergonzado y le decía al Señor que “tuviera compasión de él”.
Cuando bajaban los dos, el publicano tenía los ojos brillantes de alegría. Se le veía un hombre reconciliado y reconciliador; amigo de todos y muy cercano al Corazón del Señor. También me fijé en la cara del fariseo. Tuve la sensación de que, al no mirar a Dios, era incapaz de relacionarse con los demás”.
¿Cuál es el problema del fariseo? Lo que me pasa a mí muchas veces. Aunque estoy arrodillado delante del sagrario, no estoy rezando al Señor. ¡Me rezo a mí mismo! En vez de tener delante de mis ojos al Señor, tengo un espejo. Sólo me veo a mí. El resultado no puede ser otra cosa que la tristeza. Para orar hay que mirar a Dios y al prójimo con amor.
¿Cuál es la oración del publicano? Primero se reconoce pecador. En segundo lugar, su oración es breve y sencilla: «Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador». Esa es la oración que llega al corazón de Dios, porque es la oración del mendigo ante el corazón rico en misericordia del Señor. Resultado: la alegría de un corazón que ha encontrado perdón y misericordia, como cada vez que vuelvo de la confesión.
Si la oración del fariseo soberbio no alcanza el corazón de Dios, la humildad del publicano miserable lo abre. Delante a un corazón humilde, Dios abre su corazón totalmente. Es lo que expresó Nuestra Madre en el cantico del Magníficat: «Ha mirado la humillación de su esclava. […] Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen» (Lc 1,48.50).
Quédate en silencio repitiendo muchas veces en tu corazón: «Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador».

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