La palabra de Dios de hoy es preciosa.
De esas que deberían escribirse en la pared, en una pancarta y colgarla de los balcones.
Selecciono dos frases de Oseas.
La primera refleja el programa de la
Cuaresma y de toda conversión: “Vamos a volver al Señor”. Ya está dicho todo,
si no quieres seguir y te arrodillas y repites esto desde el corazón, no
necesitas leer lo que sigue.
La segunda frase es el corazón del
Antiguo Testamento y de nuevo repito que no necesita comentario sino
meditación: “Quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de Dios, más que
holocaustos”.
El salmo se hace eco de esta palabra.
¿Qué es lo que quiere Dios? “Un corazón quebrantado y humillado”.
El evangelio nos hace ahondar en este
mensaje de cuaresma, de conversión y misericordia, con la parábola del fariseo
y el publicano.
Copio unas palabras de un blog del
obispo de Cáceres, D. Francisco Cerro: este pasaje es muy querido para él;
hasta el punto de que le ha dedicado un libro (“Solos y de pie. Parábola del
fariseo y el publicano”):
“Era un día de primavera. Dos hombres
subieron al templo a orar. Uno daba gracias a Dios, erguido como un ciprés. El otro
miraba al cielo y se sentía pecador.
Los dos oraron. Pero con distinto
corazón. Uno, el fariseo, le contó a Dios lo bueno que era. El publicano oraba
como pecador. Se sentía avergonzado y le decía al Señor que “tuviera compasión
de él”.
Cuando bajaban los dos, el publicano
tenía los ojos brillantes de alegría. Se le veía un hombre reconciliado y
reconciliador; amigo de todos y muy cercano al Corazón del Señor. También me
fijé en la cara del fariseo. Tuve la sensación de que, al no mirar a Dios, era
incapaz de relacionarse con los demás”.
¿Cuál es el problema del fariseo? Lo que
me pasa a mí muchas veces. Aunque estoy arrodillado delante del sagrario, no
estoy rezando al Señor. ¡Me rezo a mí mismo! En vez de tener delante de mis
ojos al Señor, tengo un espejo. Sólo me veo a mí. El resultado no puede ser
otra cosa que la tristeza. Para orar hay que mirar a Dios y al prójimo con
amor.
¿Cuál es la oración del publicano?
Primero se reconoce pecador. En segundo lugar, su oración es breve y sencilla:
«Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador». Esa es la oración que llega
al corazón de Dios, porque es la oración del mendigo ante el corazón rico en
misericordia del Señor. Resultado: la alegría de un corazón que ha encontrado
perdón y misericordia, como cada vez que vuelvo de la confesión.
Si la oración del fariseo soberbio no
alcanza el corazón de Dios, la humildad del publicano miserable lo abre.
Delante a un corazón humilde, Dios abre su corazón totalmente. Es lo que
expresó Nuestra Madre en el cantico del Magníficat: «Ha mirado la humillación
de su esclava. […] Su misericordia se extiende de generación en generación
sobre aquellos que lo temen» (Lc 1,48.50).
Quédate en silencio repitiendo muchas
veces en tu corazón: «Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador».