17 marzo 2019. Domingo II de Cuaresma (Ciclo C) – Puntos de oración


Este es mi hijo escuchadle.
La oración de hoy podría ser un escuchar a Jesús, no un escucharnos a nosotros. Pedir al Espíritu la capacidad de escucha, la gracia de desprendernos de tantas cosas que no le dejan cabida. Ahora que estamos en cuaresma, recuperar el ayuno. Un ayuno sobre todo de aquello que nos aleja del Señor, que no tiene por qué ser pecaminoso, sino que nos aleja de la posibilidad de la configuración con Él. Tenemos tantas cosas, tantas ocupaciones, que nos vendría bien seleccionarlas y atender un poco más a lo fundamental. Si mañana vamos a la oración, nos daremos cuenta al hacer silencio, que nos inquietamos rápidamente con preocupaciones, que nos vemos asediados por todas aquellas circunstancias por las que ha pasado nuestra vida, que nos llegan miles de imágenes en cuanto cerramos los ojos. Hoy mientras escribo, muchos harán huelga por el cambio climático, estarán alarmados por el deterioro medioambiental. Pues así me ocurre a mí, pero en el plano espiritual. Existe un deterioro en mi espíritu porque no lo cuido, se llena de basura, no dedico tiempo a conservarlo y se produce en él un cambio climático espiritual, de tal modo que me asfixio. 
Mi huelga que sea a la “japonesa”, dedicar más tiempo al Señor
Ahora podéis leer la lectura de filipenses 3, 17-4,1. ¿Qué nos ayuda a configurarnos con Cristo? ¿Qué me aleja?
Si queréis una vez haber meditado en la segunda lectura, os animo a establecer un diálogo con Abram. Él dudaba de Dios, pero, tras el milagro de tener un hijo con Sara, ¿cómo podría volver a dudar de Dios? Nos podemos preguntar también nosotros: ¿Cómo está nuestra fe?
Nos puede ayudar a recuperar la confianza en el Señor el meditar en la oración tantas y tantas delicadezas con las que Jesús ha colmado mi vida.  Abram creyó en que Dios le colmaría con una gran descendencia, porque su hijo estaba físicamente ante él, fruto de la acción de Dios. Es preciso hacer presente en la oración los frutos de la acción de Dios en nuestras vidas. No podemos salir de la oración sin un gran gozo, sin una gran alegría. Es más, tendríamos que ir alegres a su presencia a darle gracias.
Si alguno se ve muy inflamado, que suba al monte Tabor con el Señor y que contemple el rostro radiante del Señor, que escuche su nombre junto con el del Hijo. Nosotros también somos la alegría del Señor, sus predilectos. ¡Cómo cambiarían nuestras vidas si nos lo creyéramos!

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