El Señor ya está dispuesto para este
encuentro de esta mañana en el lugar donde habitualmente dedicas unos minutos
para la oración. Lo bueno sería poder disponer de un rato tranquilo; pero a lo
mejor aprovechas el transporte público para esos minutos de encuentro. En el
fondo Él te está buscando, esperando para meterse por cualquier resquicio e
iluminar el camino de este día.
“Lámpara es tu Palabra, Señor, para mis
pasos, luz en mi camino” (Sal
119,105).
El evangelio de hoy, después de una
discusión en el momento que “Jesús estaba echando un demonio que era mudo”,
algunos que observaban la curación le quieren identificar con Belzebú, el
príncipe de los demonios. Será muy interesante meterse en la escena para
escuchar la fuerza de Jesús en la mirada, en los gestos, en su voz.
Pero este texto termina con una llamada
apremiante que da en la diana del corazón:
“El que no está conmigo, está contra mí;
el que no recoge conmigo desparrama”. Y
esto es Palabra de Dios. Sí está bien que digamos, al final, “Te alabamos,
Señor”.
A veces oímos a personas muy cercanas,
con cierta vida espiritual, que echan en cara a Dios que no los escucha, por
una parte, y por otra, que parece que hace mucho tiempo que se ha quedado mudo,
que no nos habla.
Pues en esta ocasión, que es la que
toca, el Señor se ha fijado en mí. Y no anda con rodeos, y me dice:
“El que no está conmigo, está contra mí”. No se puede ser imparcial. Anima a que de testimonio
de él en este día. Tú sabrás cómo. Haz silencio y escucha.
“El que no recoge conmigo desparrama”. Es buen momento para presentarle todas las
limitaciones, heridas, debilidades… y entregárselas para que la transforme en
esperanza, en determinación de seguirle a Él, pase lo que pase.
Y acercarme al corazón abierto de Cristo
en la Cruz y escuchar de labios de la Virgen: “Sus heridas nos han
curado”.