* Primera lectura: El mensaje central del profeta Oseas se condensa en la
conversión a Dios. La vuelta a Él se traducirá después en alianza
nupcial. Pero el peor pecado para el profeta es siempre el de la
idolatría. No sólo porque se adoren dioses de madera, sino porque el mismo
hombre se coloca en el lugar de Yahvé.
La conversión, el arrepentimiento es un
presupuesto para que el hombre pueda ser salvado, presupuesto que muy bien
recoge el dicho agustiniano: «Quien te creó sin contar contigo, no te salvará
sin ti». Los judíos han hecho una dramática
experiencia de la lejanía de Dios. Pero ahora Yahvé no espera que Israel
ofrezca dones, sino que se dé él mismo: "Ya se te ha explicado lo que es
bueno y lo que de ti pide Yahvé: que defiendas el derecho y ames la libertad, y
que seas humilde en la presencia de tu Dios" (/Mi/06/08). La fe en el Dios
Salvador significa orientar toda la vida hacia él. Israel ha de estar dispuesto
a asignar un nuevo fin a su vida volviendo de nuevo a Dios y abandonando lo que
antes centraba su existencia: "Perdona del todo nuestra culpa; acepta el don
que te ofrecemos, el fruto de nuestros labios. Nuestra salvación no está en
Asiria ni en montar a caballo, no volveremos a llamar dios nuestro a las obras
de nuestras manos" (vv 3-4). Las armas, las alianzas, los ídolos, los tres
elementos en los cuales se había apoyado, no serán ya su fuerza.
La respuesta del Señor representa el
triunfo del amor, del cual Oseas era el gran teólogo y poeta. Este amor
gratuito de Dios será como el beso del rocío que devuelve el frescor y la vida.
* Evangelio: Gracias a la pregunta de este escriba sabemos a cuál
de las numerosas normas que tenían los judíos -más de seiscientas- le daba más
importancia Jesús. La respuesta es clara y sintética: «amarás al Señor tu
Dios... amarás a tu prójimo como a ti mismo: no hay mandamiento mayor que
estos».
Los dos mandamientos no se pueden
separar. Toda la ley se condensa en una actitud muy positiva: amar. Amar a
Dios. Amar a los demás. Esta vez la medida del amor al prójimo es muy cercana y
difícil: «como a ti mismo». Porque a nosotros sí que nos queremos y nos
toleramos. Pues así quiere Jesús que amemos a los demás.
El escriba, un experto en estas
cuestiones, después de haber escuchado la respuesta de Jesús, le alaba: Muy
bien, Maestro. Y, siguiendo la mejor pedagogía no directiva, se dedica a
“reflejar/repetir” lo mismo que Jesús ha dicho, con pequeñas adiciones. La
conclusión a la que llega Jesús no puede ser más positiva: No estás lejos del
reino de los cielos.
Jesús aprecia la respuesta del
escriba (inteligentemente), viendo que es un hombre a quien interesa la
verdad. Quien está por el bien del hombre no está lejos del Reino.
Jesús abre al letrado el horizonte del reinado de Dios, que deja atrás toda la
antigua época (1,15). Hay en sus palabras una invitación implícita: ya que ha
aprobado su primera respuesta, después de la frase elogiosa (no estás lejos)
debería buscar mayor cercanía.
Al ver el acierto y el rigor de las
respuestas de Jesús, que ha puesto en su sitio a los saduceos y corregido al
escriba, nadie se atreve a hacerle más preguntas.
Oración final
Dios todopoderoso, que derramaste el
Espíritu Santo sobre los apóstoles, reunidos en oración con María, la Madre de
Jesús, concédenos, por intercesión de la Virgen, entregarnos fielmente a tu
servicio y proclamar la gloria de tu nombre con testimonio de palabra y de
vida. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.