29 marzo 2019. Viernes de la III semana de Cuaresma – Puntos de oración


* Primera lectura: El mensaje central del profeta Oseas se condensa en la conversión a Dios. La vuelta a Él se traducirá después en alianza nupcial. Pero el peor pecado para el profeta es siempre el de la idolatría. No sólo porque se adoren dioses de madera, sino porque el mismo hombre se coloca en el lugar de Yahvé.
La conversión, el arrepentimiento es un presupuesto para que el hombre pueda ser salvado, presupuesto que muy bien recoge el dicho agustiniano: «Quien te creó sin contar contigo, no te salvará sin ti». Los judíos han hecho una dramática experiencia de la lejanía de Dios. Pero ahora Yahvé no espera que Israel ofrezca dones, sino que se dé él mismo: "Ya se te ha explicado lo que es bueno y lo que de ti pide Yahvé: que defiendas el derecho y ames la libertad, y que seas humilde en la presencia de tu Dios" (/Mi/06/08). La fe en el Dios Salvador significa orientar toda la vida hacia él. Israel ha de estar dispuesto a asignar un nuevo fin a su vida volviendo de nuevo a Dios y abandonando lo que antes centraba su existencia: "Perdona del todo nuestra culpa; acepta el don que te ofrecemos, el fruto de nuestros labios. Nuestra salvación no está en Asiria ni en montar a caballo, no volveremos a llamar dios nuestro a las obras de nuestras manos" (vv 3-4). Las armas, las alianzas, los ídolos, los tres elementos en los cuales se había apoyado, no serán ya su fuerza.
La respuesta del Señor representa el triunfo del amor, del cual Oseas era el gran teólogo y poeta. Este amor gratuito de Dios será como el beso del rocío que devuelve el frescor y la vida.
* Evangelio: Gracias a la pregunta de este escriba sabemos a cuál de las numerosas normas que tenían los judíos -más de seiscientas- le daba más importancia Jesús. La respuesta es clara y sintética: «amarás al Señor tu Dios... amarás a tu prójimo como a ti mismo: no hay mandamiento mayor que estos».
Los dos mandamientos no se pueden separar. Toda la ley se condensa en una actitud muy positiva: amar. Amar a Dios. Amar a los demás. Esta vez la medida del amor al prójimo es muy cercana y difícil: «como a ti mismo». Porque a nosotros sí que nos queremos y nos toleramos. Pues así quiere Jesús que amemos a los demás.
El escriba, un experto en estas cuestiones, después de haber escuchado la respuesta de Jesús, le alaba: Muy bien, Maestro. Y, siguiendo la mejor pedagogía no directiva, se dedica a “reflejar/repetir” lo mismo que Jesús ha dicho, con pequeñas adiciones. La conclusión a la que llega Jesús no puede ser más positiva: No estás lejos del reino de los cielos.
 Jesús aprecia la respuesta del escriba (inteligentemente), viendo que es un hombre a quien interesa la verdad. Quien está por el bien del hombre no está lejos del Reino. Jesús abre al letrado el horizonte del reinado de Dios, que deja atrás toda la antigua época (1,15). Hay en sus palabras una invitación implícita: ya que ha aprobado su primera respuesta, después de la frase elogiosa (no estás lejos) debería buscar mayor cercanía.
Al ver el acierto y el rigor de las respuestas de Jesús, que ha puesto en su sitio a los saduceos y corregido al escriba, nadie se atreve a hacerle más preguntas.
Oración final
Dios todopoderoso, que derramaste el Espíritu Santo sobre los apóstoles, reunidos en oración con María, la Madre de Jesús, concédenos, por intercesión de la Virgen, entregarnos fielmente a tu servicio y proclamar la gloria de tu nombre con testimonio de palabra y de vida. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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