Llegando ante el Señor, que ya nos está
esperando, repitamos con el aliento del Espíritu: ¡Tu rostro buscaré, Señor! Es
otra manera de decir: Acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu
humilde. Pero tradúcelo a primera persona… mi corazón… mi espíritu.
No te canses de repetir y de implorar,
como los grandes orantes. Súplica confiada y permanente, filial y esperanzada.
Jesús insiste de nuevo sobre el tema de
la "misericordia", perdonar, apiadarse, condonar las deudas a
nuestros deudores, liquidar los conflictos, mejorar las relaciones... esfuerzos
esenciales de la cuaresma. Y tal vez… o sin tal vez… inalcanzables para solas
nuestras fuerzas.
Nuestra plegaria, como la de Daniel se
apoya por entero en la «misericordia» de Dios: «Por amor de tu nombre, Señor,
no nos abandones para siempre, no nos retires tu misericordia...»
Daniel vive en un período de prueba, de
mucha humillación. Hoy también la experimentamos. Los judíos han sido
deportados a Babilonia. Son perseguidos y sometidos como esclavos.
En esta situación de desolación, es
cuando Daniel eleva a Dios su plegaria. La historia del pueblo de Dios está
jalonada de hechos parecidos... los fracasos eran habituales... Sobre ellos,
los sucesos se abatían duros y desconcertantes...
Y, en esa situación, aparece la
impresión turbadora de «estar abandonado de Dios» ... la peor tentación para el
que ha puesto en Dios su confianza. ¿La sientes también tú?
— Somos los más pequeños de todas las
naciones...
Humillados hoy en el mundo entero a
causa de nuestros pecados. ¡Animo! también yo, una vez más, he de considerar mi
"pequeñez". Atreverme a hacer el balance de mis mezquindades, de mis
pecados.
Esa lucidez es ya un inicio de plegaria.
Lo pienso sosegadamente... ¿Por qué taparse el rostro? ¿Por qué hacerse
ilusiones?
— Pero dígnate aceptarnos, con nuestro
corazón contrito y humillado.
Poniendo delante mi situación de
debilidad, repito ahora la misma oración: «dígnate aceptarnos, aceptarme, con
el corazón contrito y humillado».
Te dirijo, Señor, esta oración, en
singular y en plural: dígnate "recibirme", dígnate
"recibirnos"... Sé que no soy el único en soportar malos tragos. Sé
muy bien que muchos inocentes, por todo el mundo, los sufren más pesados que
yo. Te ruego por ellos, te ruego con ellos, te ruego en su nombre. Dígnate
"recibirnos".
— Para los que confían en ti, no hay
confusión... Ahora nosotros te seguimos con todo nuestro corazón, te tememos y
buscamos tu rostro...
Es ciertamente la oración que quisiera
dirigirte. La repito. «Busco tu rostro, el rostro del Señor».
Yo y todos los hombres tenemos necesidad
de ti, Señor, buscamos tu rostro.
— Trátanos con la abundancia de tu
«misericordia» y según tu gran «bondad».
Santa María de la cuaresma, llévanos a
Jesús.