Hemos comenzado
un año más el tiempo litúrgico del Adviento, y con la llegada del mismo, se nos
invita al cambio de vida, y a una mejora de actitudes en nuestra existencia
cristiana... ¡Dios rico en misericordia, nos concede una nueva oportunidad y no
podemos desaprovecharla...!
¿Cuál sería el
primer paso a dar por nuestra parte? Yo os invito a reavivar nuestra Fe, este
don y esta gracia que se nos comunicó con nuestro bautismo y que tiene que
desarrollarse a lo largo de toda nuestra vida…
Hoy el evangelio
de S. Mateo nos narra la Fe del centurión de Cafarnaún. Pide a Jesús,
rogándole, por la salud de uno de sus criados, que estaba paralítico y que
sufría mucho… Cuando Jesús le dice “Voy contigo a curarlo”, él
le responde unas palabras que han traspasado la historia y que todos nosotros
repetimos cuando nos acercamos a comulgar: “Señor, no soy digno de que
entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano…”
¡Quedó tan
admirado Jesucristo por su respuesta y sus razones, que no pudo por menos de
exclamar: “En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie
tanta fe”!
¡La Fe mis
queridos hermanos, no solo hará el milagro de una curación, si esta fuera
necesaria..., sino que suscitará en Dios una admiración tan grande por
nosotros, que no podremos por menos de darle gracias por ella…!
Hay que
recuperar niveles de Fe, y esto solo se consigue confiando en Dios hasta la
audacia… ¿Cuándo fue la última vez que diste un paso de fe en tu vida, capaz de
ser recordado y admirado en el tiempo y en la eternidad...? ¡La Fe debería ser
nuestra actitud de cada día, el alimento sólido de nuestra alma, la
consolidación de nuestra esperanza, y el porqué de nuestra existencia, además
del fundamento de nuestra caridad…!
Volvamos por un
momento nuestros ojos a la fe de los santos, para que la nuestra se haga firme
y tenaz:
“Fe es creer en
lo que no se ve, y la recompensa es ver lo que uno cree.” (S. Agustín).
“La fe y la
esperanza son las dos alas del alma, con ellas se eleva de las cosas terrenas y
asciende de lo visible a lo invisible.” (San Antonio de Padua)
“Todas las grandes verdades de
la fe producían en mi alma una felicidad que no era de esta tierra…
vislumbraba ya lo que Dios tiene reservado para lo que lo aman (pero no con los
ojos del cuerpo, sino con los del corazón). Y viendo que las recompensas eternas
no guardan la menor proporción con los insignificantes sacrificios de la vida,
quería amar, amar apasionadamente a Jesús y darle mil muestras de amor mientras
pudiera…” (S. Teresa del Niño Jesús).
Que la siguiente cita la escribamos con
nuestra vida en este día..., con nuestro quehacer cotidiano..., con nuestro ser
cristiano…