Nos preparamos para hacer hoy la oración
en un día grande para la Milicia de la Virgen. Hemos comenzado el adviento y
celebramos la fiesta de S. Francisco Javier: “En la noche del adviento un
cometa luminoso surca el firmamento”. Nos ponemos en la presencia del Señor y
nos acordamos de que el Señor, lleva esperándonos toda la noche para este rato
de intimidad con nosotros.
Isaías nos introduce en las lecturas de
hoy con abundantes alusiones a la llegada del Mesías: “Aquel día, la raíz de
Jesé será elevada como enseña de los pueblos: se volverán hacia ella las
naciones y será gloriosa su morada.”
“Que en sus días florezca la justicia y
la paz abunde eternamente”, añade el salmo despertando en nuestros corazones
ansias de eternidad.
El Evangelio de hoy es uno de esos
textos maravillosos en los que Jesús se pone a orar ante el Padre: “Te doy
gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas
cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños.” Y
termina el texto con un elogio a los discípulos: “¡Bienaventurados los ojos que
ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron
ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo
oyeron.”
El gran santo Javier, nos lo propone el
padre Morales como adalid y protector de nuestra institución y es una de las
almas más grandes de toda la historia. Muchos esfuerzos le costó a Ignacio, en
París, conquistar su corazón para Cristo. De forma profética contestaba a
algunos que le desanimaban por el poco caso que Javier le hacía: “Si yo
conquisto a Javier, Javier me conquistará un mundo”.
El mundo se queda pequeño para tan gran
corazón y en sueños grita aquella noche en Venecia: “más, más y más”. Con mucho
dolor se separa de su padre Ignacio para conquistar nuevas tierras para el
Evangelio en extremo oriente: La India, Japón, China… Todo se queda pequeño
para este corazón. Ese corazón arde en deseos de gritar en las universidades de
Europa: “Muchas veces me mueven pensamientos de ir a los estudios de esas
partes dando voces como hombre que tiene perdido el juicio. A la universidad de
París principalmente, diciendo en la Sorbona a los que tienen más letras que
voluntad para disponerse a fructificar con ellas ¡cuántas almas dejan de ir a
la gloria y van al infierno por negligencia de ellos!”.
Muere a las puertas de China, solo y abandonado
de todos; pero con el corazón ardiendo en deseos de amor a Cristo y a su
Iglesia. Le pedimos a este gran apóstol que no impregne un poco de su espíritu
misionero y sus grandes deseos de santidad.