Abelardo nos
repetía muchas veces: En la oración pensar está bien, hablar con Dios es mejor,
pero amar es el todo. Luego nos explicaba que amar es sencillo y nos citaba
aquella frase de Santa Teresa: Orar es estar muchas veces a solas, con quien
sabemos que nos ama o nos contaba aquella anécdota del Padre Llorente, que
narraba un señor leyendo bajo un árbol y su perro durmiendo a su lado, el amo
cambiaba de árbol y el perrito cuando abría el ojo y se daba cuenta, se
cambiaba a donde estaba el dueño. No hablaban, no se decían nada, pero cada uno
estaba feliz con la presencia del otro. Tengamos presente esto, en nuestro rato
de oración, sintamos que a Dios le tenemos a nuestro lado.
Podemos dedicar
nuestra oración a saborear el salmo. Hoy corresponde el salmo 117.
“Bendito el que
viene en nombre del Señor”.
Bendito aquel
que actúa conforme a la voluntad de Dios.
Bendito aquel
que comparte con los hermanos los dones que Dios le ha otorgado. Este
pensamiento me vuelve a traer a la memoria a Abelardo, los dones que Dios le
otorgó los compartió generosamente con los que le conocimos. Sus manos estaban
vacías; Aquello que recibía del Padre, lo repartía con todo el que se acercaba
a él.
El Señor va a
entrar en el mundo por la Encarnación, si le dejamos acampará en nuestra alma.
Nos colmará de dones. Él que es el Señor de la tierra y cuanto la llena, quiere
morar en el hombre de manos inocentes y puro corazón, aquel que no confía en
los ídolos.
“Dad gracias al
Señor porque es bueno porque es eterna su misericordia”.
Su misericordia
es eterna y su amor a los hombres no tiene límites. La misericordia de Dios es
anterior al pecado de los hombres. Desde el momento de la creación, la segunda
persona de la Trinidad decide hacerse igual a su criatura. En el adviento nos
vamos preparando para celebrar el momento histórico y concreto, en el que se
realiza, esa decisión.
“Mejor es
refugiarse en el Señor que fiarse de los hombres”.
Dios perdona
siempre, los hombres algunas veces…Dios es el que no falla jamás. “Amigo que
nunca falla” estaba escrito, junto a un rostro de Cristo, en una imagen que
acompañaba a Abelardo, cuando hablabas con él.
Podemos seguir
desgranando el salmo y después de cada frase dejar que el corazón se explaye,
reciba la suavidad de una lluvia que es la Palabra de Dios, sobre una tierra
anhelante de verdad y de amor, que es nuestra alma.