“Hablaba del niño a todos los que
aguardaban la liberación”
El evangelio nos muestra dos momentos:
por un lado, el gozoso encuentro de Ana, una mujer consagrada al servicio de
Dios día y noche, con Jesús niño, en el templo. Eso le hace alabar a Dios y
hablar del Niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén, imagen del
pueblo elegido. Y, en segundo lugar, nos muestra en breves pinceladas, la vida
oculta de Jesús.
Son dos momentos de contraste; por un
lado, el cumplimiento de las promesas: la llegada del Mesías esperado. Pero
¿cómo es ese Mesías? ¿Se ajusta a las expectativas de los hombres de entonces y
de ahora? ¿Quiénes son capaces de reconocerlo? En este caso se nos habla de una
mujer anciana. En otros serán unos pastores… El mismo Jesús, ya adulto, dirá:
Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y
entendidos y se las has revelado a la gente sencilla (Mt 11,25).
Por otra parte, el ocultamiento de ese
“Mesías esperado” en la cotidianidad de la vida, en el desarrollo y evolución
de un niño sometido a sus padres y al cumplimiento de la ley, nos muestra el
misterio de la Encarnación de Dios que desmonta todas las falsas imágenes y
expectativas que podemos tener de Él. Se esperaba un Mesías poderoso en obras,
que iba a venir sobre un trono, con su ejército... y lo que llega es un niño.
Parece que el sueño de todos se ve esfumado.
Señor, danos un corazón nuevo y sencillo
para acogerte. Para acogerte y quererte tal cual vienes. Sencillo humilde, para
ser grande y posteriormente, acabar humillado y solo en la cruz (también
resucitará sí, pero todo esto nadie se lo quita). El Dios que espero en mi vida
quizás viene así, y tengo que quererle y amarle así. Aunque a mí me hubiera
gustado que fuera grandioso desde el principio...