Dichosa tú, María, y dichosos nosotros
si cada día anhelamos el encuentro de amor con el Señor. ¡El viene, vino y
vendrá con poder y gloria!
Un escriturista de nuestro tiempo dice:
"El mundo entero no vale lo que vale el día en que le fue dado a Israel el
Cantar de los Cantares: todos los escritos inspirados son santos, pero el
Cantar de los Cantares es el santo de los santos".
Este libro canta el amor humano,
completamente fascinado por su novedad. El joven pide a la muchacha que vaya a
reunirse con él, y su deseo es tan ardiente y lozano como la primavera de
Palestina. La naturaleza se hace cómplice. Es la estación de los amores: la
tórtola hace oír su arrullo en el campo, mientras el sol madura los
frutos.
Nos llenaos hoy con el espíritu de ese
catar, hacemos nuestra la impaciencia del joven que expresa el celo de Dios por
la humanidad.
Encuentro de dos corazones, mutuo don de
dos personas... dos seres que tratan de comprenderse, de amarse... ¡Dios y yo!
Dios contemplado como un «amado». Le
digo a Dios: «¡mi amado!». ¡Que imponente resulta! ¡Es el encuentro de los
enamorados!
Jesús, en el evangelio, dirá: «el reino
de los cielos es semejante a diez doncellas que salieron al encuentro del
esposo...». (Mt 25, 1) «Viene.» Es el misterio mismo de Navidad. ¿Nos estamos
preparando con verdadero y profundo anhelo?
Dios viene a nosotros como el amado que
va al encuentro de su «amada». Efectivamente, Dios ha debido de salvar
muchas distancias para llegar hasta nosotros. Busca entrar en verdadera y
gozosa relación de amor con nosotros, contigo.
No solamente salva la distancia entre
«montes y colinas», sino la distancia infinita de la divinidad a la
humanidad. Se abaja a nuestra humanidad para que alcancemos vivir su
naturaleza divina. ¡Impresionante intercambio de amor!
Nada es obstáculo para Dios. Salta,
ligero y ágil. Viene.
El amor es recíproco. Tenemos, ahora, la
declaración de Dios. Ama y desea a la humanidad. Esta es tratada por Dios como
la «amada» la «muy hermosa». ¡Así me trata a mí también, en primera persona!
Dios se hizo hombre porque ama a la humanidad, la ve hermosa. Me ama a mí.
También debemos nosotros amar lo que
Dios ama: nuestra vida humana es la obra maestra de su inteligencia y de su
Amor. ¡Él es quien ha creado esto!
La venida de Dios inaugura una era de
felicidad. A María le dice: ¡Alégrate! ¡Dichosa tú!
«Tranquilízanos, Señor, en las pruebas,
en esta vida en que esperamos la felicidad que nos prometes, y el advenimiento
de Jesucristo, nuestro Salvador.»
Danos, Señor, desde ahora, ese gozo
interior que viene de ti... y que resultará colmado en la eternidad.
¡Muéstrame tu semblante, déjame oír tu
voz! Porque tu voz es dulce y tu rostro, hermoso.
Nos lo dice Dios, que ama a la
humanidad. ¿Soy digno de ello?