7 diciembre 2019. Sábado de la I semana de Adviento – San Ambrosio – Puntos de oración


“Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos”
 Hoy es uno de los sábados más marianos del año 2019 y último día de la Campaña de la Inmaculada. Si hacemos la oración del día nada más comenzarlo nos ayudará a mantener mejor la memoria y el corazón en el espíritu del adviento, tiempo de gozosa esperanza del que está por nacer. Y si al final del día, participamos activamente en una de las muchas Vigilias de la Inmaculada nos uniremos a toda la toda la Iglesia que en vigilante oración se prepara para vivir la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la madre del Señor.
Al comenzar la oración nos podemos encomendar a San José, porque “quien no hallare maestro que le enseñe a orar, tome a este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino” (Santa Teresa) y al santo del día, hoy San Ambrosio, obispo y doctor de la Iglesia al que llama el P. Morales en su semblanza “campeón de la fe”.
La meditación de las lecturas del día puede ser enhebrada por la virtud de la esperanza. El adviento nos invita a la esperanza de una manera especial, aunque como diría el P. Morales, todos los días son adviento porque cada día viene el Señor a nosotros. En la primera lectura, el profeta Isaías habla al pueblo con palabras de consuelo: “Pueblo que habitas en Jerusalén, no tendrás que llorar, (el Señor) se apiadará de ti al oír tu gemido. Aunque el Señor te diera el pan de la angustia y el agua de la opresión ya no se esconderá tu Maestro, tus ojos verán a tu Maestro”. La oración será siempre consoladora, pues junto al Maestro, escuchando su voz y dejándose guiar por su palabra terapéutica, no cabe la desesperanza; y si hay lágrimas y gemidos serán de consuelo y serena alegría.
San Mateo, nos hace un resumen de la vida pública de Jesús para ayudarnos a fijar la memoria en el quehacer de un día de misión de Jesús: recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia. Jesús se compadece de cada uno de nosotros, de una manera especial durante la oración, conoce mejor que nadie nuestras fatigas, dificultades, nuestros límites y pecados. Y no solo nos escucha y nos comprende, que ya es bastante, sino que nos cura de todo ello; es el mejor médico y terapeuta al que podemos acudir.
Al terminar la oración podemos tener un coloquio con la Virgen. Nadie como Ella nos puede ayudar mejor a permanecer junto a Jesús y a escucharle. Ella es, la Inmaculada Concepción, motivo y modelo de esperanza. Ella es evangelio para toda criatura, prueba del amor de Dios al hombre y ejemplo del amor del hombre a Dios. Ella nos estimula mejor que nadie a aspirar con todas nuestras fuerzas a la santidad. Confía en Ella: la Inmaculada nunca falla. (P. Morales).

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