27 diciembre 2019. San Juan, apóstol y evangelista – Puntos de oración


Comenzamos la oración de este 3er día de la octava de Navidad poniéndonos en presencia de Dios Niño, haciéndolo visible de alguna manera en un sencillo Nacimiento, y ofreciéndole este momento especial de cada día, donde oramos, clamamos, meditamos, rogamos al Señor, por intercesión de su Madre y hoy también del apóstol san Juan.
Le pedimos una vez más al Espíritu Santo que en todos nuestros pensamientos y acciones tengamos rectitud y pureza de intención, “plenamente ordenados al servicio y alabanza de su divina majestad”. Hoy podríamos dirigir también a san Juan la petición, ya que en los dos textos que nos presenta la Palabra de Dios no se descubre otra cosa que un deseo de ser fiel a Jesucristo.
Nacido Jesús en Belén de Judá, hecho carne el Verbo de Dios, ayer la Iglesia nos presentaba al primer mártir, al primer testigo que con su sangre selló su fe en Cristo. Hoy nos presenta probablemente al último mártir -testigo- de la era apostólica.
En el comienzo de su primera carta el testimonio de Juan es impresionante. Me ha recordado, al releerlo, a alguno de esos testimonios de conversiones que se nos vienen ofreciendo por los medios digitales y que son verdaderos aldabonazos para nuestra vida, a veces mediocre, de cristianos. El más reciente, el de la fisioterapeuta de Bilbao convertida en el Nepal cuando había ido allí con la intención de suicidarse, hace tal sólo dos años.
Juan narra en primera persona, con fuerza, su testimonio, insistente y convincente. Releámoslo despacio:
“Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos”.
Y no lo narra porque se sienta bien al hacerlo, sino como una obligación ineludible, para transmitir lo que vive y siente, la “unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo”, pretendiendo con ello llenar de alegría hasta el fondo el corazón de los cristianos a los que dirige su carta.
¿De dónde nace esa convicción, esa fuerza, que detectamos claramente en el discípulo amado del Señor? El evangelio de hoy nos da la clave principal, que podemos completar con otros textos del mismo evangelio de Juan: el primer encuentro con Jesús, los momentos de especial intimidad, cuando lo separaba de los demás junto a Pedro y Santiago para mostrarles los secretos más íntimos de su corazón.
Y es que el evangelio de hoy termina con una frase lapidaria: “vio y creyó”, porque hasta entonces no habían creído, apostilla el propio evangelista.
Es el gran testimonio de los convertidos: han visto y han creído. Han creído de verdad, y se han comprometido con lo que han visto y creído.
Ahora nos podemos preguntar nosotros: ¿hemos visto? Entonces, ¿por qué no terminamos de creer? De ahí surgen dos peticiones a elevar al cielo en esta mañana de oración:
·         Señor, que vea. Que descubra, tras las apariencias de un niño acostado en un pesebre, la realidad de un Dios que quiere conquistar mi corazón por la pobreza y la humildad.
·         Señor, que tenga la fuerza para creer de verdad, lo que significa renunciar a las niñerías que esclavizan mi vida, poner mi miseria en las manos del Niño de Belén y arrojarme con confianza en los brazos de su Madre. Significa dar testimonio con mi vida, de palabra y de obra, especialmente en las cosas sencillas y pequeñas, de que Cristo ha resucitado y vive hoy, llenando mi corazón de vida y esperanza.

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