Para la oración de hoy, tras serenar el
corazón, ponernos en presencia del Omnipotente, e invocar al Espíritu Santo, os
brindo un texto del Papa Francisco para que nos ayude a meditar sobre el
Evangelio de hoy:
“Somos siervos inútiles (Lc
17, 7-10). ¿Qué significa esta expresión? En la oración colecta le hemos pedido
tres gracias: Aleja, Señor, todo obstáculo en nuestro camino hacia ti,
para que, con serenidad de cuerpo y espíritu, podamos dedicarnos libremente a
tu servicio. ¿Y cuáles son esos obstáculos que nos impiden servir al Señor
con libertad? ¡Hay tantos! Uno es las ganas de poder. Cuántas veces hemos
visto, tal vez en casa: ¡aquí mando yo! Y cuántas veces, sin
decirlo, hemos hecho sentir a los demás que aquí mando yo, ¿verdad?
¡Las ganas de poder! Pero Jesús nos enseña que el que manda sea como el que
sirve. O, si uno quiere ser el primero, que sea el servidor de todos. Jesús da
la vuelta a los valores de la mundanidad, del mundo. Y ese afán de poder no es
el camino para ser un siervo del Señor: es más, es un obstáculo, uno de esos
obstáculos que hemos pedido al Señor que aleje de nosotros.
El otro obstáculo, que sucede también en
la vida de la Iglesia, es la deslealtad. Esto pasa cuando alguno quiere servir
al Señor, pero también sirve otras cosas que no son el Señor. El Señor nos ha
dicho que ningún siervo puede tener dos señores. O sirve a Dios o sirve al dinero.
Jesús nos lo dijo. Y esto es un obstáculo: la deslealtad. Que no es lo mismo
que ser pecador. Todos somos pecadores, y nos arrepentimos de eso. Pero ser
desleales es hacer el doble juego. Jugar a derecha e izquierda, jugar a Dios y
jugar también al mundo. Y eso es un obstáculo. El que tiene ansias de poder y
el que es desleal, difícilmente puede servir, llegar a ser siervo libre del
Señor.
Esos obstáculos quitan la paz y te
llevan a esa desazón del corazón de no estar en paz, siempre ansioso. Y nos
lleva a vivir en la tensión de la vanidad mundana, vivir para aparentar. Cuánta
gente vive solo para la galería, para aparentar, para que digan: ¡Qué
bueno que es!, por la fama. ¡Fama mundana! Así no se puede servir al Señor.
Por eso, pidamos al Señor que nos quite los obstáculos para que con
serenidad de cuerpo y espíritu podamos dedicarnos libremente a tu servicio.
El servicio de Dios es libre: nosotros somos hijos, no esclavos. Y servir a
Dios en paz, con serenidad, cuando Él mismo ha apartado los obstáculos que
quitan la paz y la serenidad, es servirlo con libertad. Y cuando servimos al
Señor con libertad, sentimos esa paz más profunda todavía de la voz del
Señor: Ven, siervo bueno y fiel. Y todos queremos servir al Señor
con bondad y fidelidad, pero necesitamos su gracia: solos no podemos. Por eso,
pidamos siempre esa gracia, que sea Él quien quite los obstáculos, que sea Él
quien nos dé la serenidad, la paz del corazón para servirle libremente, no como
esclavos, sino como hijos.
La libertad en el servicio. Aunque
nuestro servicio sea libre, debemos repetir que somos siervos inútiles,
conscientes de que solos no podemos hacer nada. Solo tenemos que pedir y dejar
sitio para que Él haga en nosotros y nos transforme en siervos libres, en
hijos, no en esclavos. Que el Señor nos ayude a abrir el corazón y a dejar
trabajar al Espíritu, para que quite de nosotros esos obstáculos, sobre todo
las ganas de poder, que hacen tanto daño, y la deslealtad, la doble cara de
querer servir a Dios y al mundo. Y así, que nos dé esa serenidad, esa paz para
poderle servir como hijo libre que al final, con tanto amor, le dice: Padre,
gracias, pero Tú lo sabes: soy un siervo inútil.”
Papa Francisco, homilía en Santa Marta, 11 de noviembre de 2016.