La oración es. Intercambiar nuestro amor con el amor de Dios. Ofrecerle nuestro corazón, para que llene de su gracia y el fuego de su espíritu.
Hoy, en los últimos días del año
litúrgico, Jesús nos exhorta a orar, a dirigirnos a Dios. Podemos pensar cómo
los padres y madres de familia esperan que — ¡todos los días! — sus hijos les
digan algo, que les muestren su afecto amoroso.
Dios, que es Padre de todos, también lo
espera. Jesús nos lo dice muchas veces en el Evangelio, y sabemos que hablar
con Dios es hacer oración. La oración es la voz de la fe, de nuestra creencia
en Él, también de nuestra confianza, y ojalá fuera también siempre
manifestación de nuestro amor.
A fin de que nuestra oración sea
perseverante y confiada, dice san Lucas, que «Jesús les propuso una parábola
para inculcarles que es preciso orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1).
Sabemos que la oración se puede hacer alabando al Señor o dando gracias, o
reconociendo la propia debilidad humana —el pecado—, implorando la misericordia
de Dios, pero la mayoría de las veces será de petición de alguna gracia o
favor. Y, aunque no se consiga de momento lo que se pide, sólo el poder
dirigirse a Dios, el hecho de poder contarle a ese alguien la pena o la preocupación,
ya será la consecución de algo, y seguramente —aunque no de Inmediato, sino en
el tiempo—, obtendrá respuesta, porque «Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos,
que están clamando a Él día y noche (...)?» (Lc 18,7).
San Juan Clímaco, a propósito de esta
parábola evangélica, dice que «aquel juez que no temía a Dios», cede ante la
insistencia de la viuda para no tener más la pesadez de escucharla. Dios hará
justicia al alma, viuda de Él por el pecado, frente al cuerpo, su primer
enemigo, y frente a los demonios, sus adversarios invisibles. El Divino
Comerciante sabrá intercambiar bien nuestras buenas mercancías, poner a
disposición sus grandes bienes con amorosa solicitud y estar pronto a acoger
nuestras súplicas». Perseverancia en orar, confianza en Dios. Decía Tertuliano
que «sólo la oración vence a Dios».
Esta semana me ha tocado acompañar tras la muerte de dos conocidos. En el tanatorio les ofrecí mi oración por los familiares. Hemos rezado juntos y me lo han agradecido. La oración que sube al cielo nunca baja vacía. Te brindo la letra de esa canción de Abelardo en estos días cercano a su primer aniversario de la muerte:
Para vivir la santidad es preciso
Creer que la nada es la verdad,
Más la soberbia te dirá que es virtud
El tener muchos dones para dar.
Y si te dejas confundir, pensarás que
Subir es cumbre de santidad, pero es
El Niño de Belén y el Jesús de la Cruz
Tu modelo a imitar...
Y cuando quieras comprender que
Bajar es subir la cumbre de la humildad,
Pon tus ojos en la mujer que por
Madre Jesús en la Cruz te quiso dar.