Podíamos empezar poniéndonos en la presencia del Señor, como un acto de amor y adoración a la presencia de la sacratísima humanidad de Nuestro Señor que fiel a su promesa está junto a nosotros y nos acompaña también en este rato de oración; como aconseja Santa Teresa, tratando de traerle muchas veces a nuestra memoria. Pedirle perdón por nuestras faltas cometidas, darle gracias por este nuevo día que nos regala y ofreciéndole el día por medio de la oración preparatoria que aconseja San Ignacio.
En el evangelio de hoy el Señor nos dice que para ser discípulo suyo no
debemos anteponer a ÉL a ninguna criatura; ni, aunque fuesen miembros muy queridos
de nuestra familia. Es más, el Señor nos dice que si no nos posponemos a
nosotros mismos; o sea, nuestro tiempo, nuestros bienes, nuestra voluntad,
nuestros criterios; nuestras consideraciones; nuestras metas, proyectos, etc.
Entonces no podremos ser fieles discípulos suyos. Sólo Él puede ser digno de
todo honor, toda gloria, de toda alabanza y todo nuestro amor.
Pero muchas veces esto significa a veces tener que morir a nosotros mismos
para cumplir la voluntad del Señor. Esto es también cargar con nuestra cruz e
ir en busca de Él para poder ser discípulo suyo.
Él Señor nos va demarcando claramente las coordenadas de lo que debe ser
para nosotros el ser discípulos suyos. Quien no: … No puede ser discípulo mío.
Nos va enumerando varias condiciones que convendría echarles un repaso y ver
que es lo que me impide ser discípulo suyo para así poder terminar de construir
esa torre de la que nos habla la parábola; que viene a ser nuestra salvación.
Vencer en batalla contra las potestades y nominaciones de este mundo.
Por eso es por lo que el apóstol San Pablo nos exhorta a trabajar por
nuestra salvación con temor y temblor, porque es Dios quien activa en nosotros
el querer y el obrar, no podemos atribuirnos nada a nosotros mismos. Sin
protestas, ni discusiones; así seremos irreprochables y sencillos para iluminar
a los demás rociando con alegría la gotita del sacrificio litúrgico en el cáliz
del Señor y alegrándonos con la Iglesia unida a Cristo en su sacrificio de
amor.
El Señor es nuestra luz y salvación. Él es nuestra defensa ante el enemigo.
Por ello pongamos nuestra esperanza Él, tengamos ánimo y seamos valientes para
gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo.
Finalmente podemos tener un coloquio con la Virgen, nos ponemos bajo el amparo de la Virgen. ¡Madre ponme junto a Jesús! ¡hazme discípulo suyo!