4 noviembre 2020, miércoles de la XXXI semana del T. Ordinario – San Carlos Borromeo – Puntos de oración

Podíamos empezar poniéndonos en la presencia del Señor, como un acto de amor y adoración a la presencia de la sacratísima humanidad de Nuestro Señor que fiel a su promesa está junto a nosotros y nos acompaña también en este rato de oración; como aconseja Santa Teresa, tratando de traerle muchas veces a nuestra memoria. Pedirle perdón por nuestras faltas cometidas, darle gracias por este nuevo día que nos regala y ofreciéndole el día por medio de la oración preparatoria que aconseja San Ignacio.

En el evangelio de hoy el Señor nos dice que para ser discípulo suyo no debemos anteponer a ÉL a ninguna criatura; ni, aunque fuesen miembros muy queridos de nuestra familia. Es más, el Señor nos dice que si no nos posponemos a nosotros mismos; o sea, nuestro tiempo, nuestros bienes, nuestra voluntad, nuestros criterios; nuestras consideraciones; nuestras metas, proyectos, etc. Entonces no podremos ser fieles discípulos suyos. Sólo Él puede ser digno de todo honor, toda gloria, de toda alabanza y todo nuestro amor.

Pero muchas veces esto significa a veces tener que morir a nosotros mismos para cumplir la voluntad del Señor. Esto es también cargar con nuestra cruz e ir en busca de Él para poder ser discípulo suyo.

Él Señor nos va demarcando claramente las coordenadas de lo que debe ser para nosotros el ser discípulos suyos. Quien no: … No puede ser discípulo mío. Nos va enumerando varias condiciones que convendría echarles un repaso y ver que es lo que me impide ser discípulo suyo para así poder terminar de construir esa torre de la que nos habla la parábola; que viene a ser nuestra salvación. Vencer en batalla contra las potestades y nominaciones de este mundo.

Por eso es por lo que el apóstol San Pablo nos exhorta a trabajar por nuestra salvación con temor y temblor, porque es Dios quien activa en nosotros el querer y el obrar, no podemos atribuirnos nada a nosotros mismos. Sin protestas, ni discusiones; así seremos irreprochables y sencillos para iluminar a los demás rociando con alegría la gotita del sacrificio litúrgico en el cáliz del Señor y alegrándonos con la Iglesia unida a Cristo en su sacrificio de amor.

El Señor es nuestra luz y salvación. Él es nuestra defensa ante el enemigo. Por ello pongamos nuestra esperanza Él, tengamos ánimo y seamos valientes para gozar de la dulzura del Señor contemplando su templo.

Finalmente podemos tener un coloquio con la Virgen, nos ponemos bajo el amparo de la Virgen. ¡Madre ponme junto a Jesús! ¡hazme discípulo suyo!

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