Empezamos la oración ofreciendo al Señor
nuestras intenciones, acciones y operaciones para que sean puramente ordenadas
al servicio y alabanza de Su divina majestad.
¡Por fin! ¡Llegaron estos días! Debemos
sentir emoción al comenzar este precioso tiempo litúrgico: Adviento. Más
aún en las actuales circunstancias. Hemos vivido, y aún en parte lo seguimos
haciendo, momentos muy duros por la pandemia. Situaciones que han
probado nuestra fe y que han puesto de manifiesto nuestra fragilidad.
Seguramente más de uno ha visto pasar de cerca la muerte, lo cual quizá nos ha
permitido también reflexionar sobre las realidades eternas. Ahora nos introducimos
en un tiempo de gracia… la Encarnación de Dios nos llena de esperanza y
alegría. Vemos hecha realidad las palabras de Isaías en la primera
lectura: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes
con tu presencia!”.
El tiempo de Adviento nos permite
meditar sobre este Misterio inaudito, locura de amor, Dios se anonada y se hace
igual a su criatura… meternos de lleno en esta realidad nos
permite contemplar toda situación de sufrimiento con esperanza, incluso la
pandemia… El Misterio de la Encarnación da sentido a todo, porque “Dios
nos llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él
es fiel!”.
Vivamos con ilusión estas cuatro semanas previas a celebrar el nacimiento del Señor, que se note en nuestras casas, a través de símbolos visibles como la corona de adviento, el Belén y el árbol, sin olvidar los detalles de amor al prójimo, sobre todo con los que vivimos. Me parece que es la mejor forma de vigilar, como nos dice el Señor en el Evangelio. Quizá nos hemos quedado dormidos por todo lo vivido durante el confinamiento, es probable que hayamos perdido el entusiasmo… es momento de volver a empezar, un nuevo año ha comenzado, que nos llenemos de confianza y digamos con el salmista “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” y más adelante “Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste. No nos alejaremos de ti; danos vida, para que invoquemos tu nombre”. Pidámosle a la Virgen nos acompañe y guíe, y nos ponga con Jesús Niño.