“A Dios que concede el hablar y el escuchar le pido hablar de tal manera que el que escucha llegue a ser mejor y escuchar de tal manera que no caiga en la tristeza el que habla”
Dos aspectos para las lecturas de hoy: la gloria de
Dios a la que todos estamos llamados y cómo poder alcanzar esa gloria.
Los Cuatro Vivientes de la primera lectura hacen
referencia a los Cuatro Evangelios. Esos misteriosos seres hablan de la gloria
de Dios. El Evangelio es para nosotros testimonio de la gloria de Dios, de su
triunfo. Terminando el año litúrgico vamos contemplando en las lecturas cómo la
temática es cada vez más “apocalíptica” en el sentido cristiano: muerte y vida
eterna. Se nos olvida siempre un aspecto de nuestro credo en este aspecto:
puede pensarse que el alma se va con Dios después de la muerte y ya, ¡pero no!
El cuerpo, la carne, está llamada a resucitar en el último día. Nuestro cuerpo
resucitará como el de Jesús, será un cuerpo glorioso y reinaremos con Él. ¿Has
rezado alguna vez sobre esta realidad? ¿Has puesto la mirada en esas realidades
últimas? Este fin de semana celebramos a Cristo Rey, ¿alguna vez has pensado
que estamos llamados a reinar con Él? (por el bautismo somos sacerdotes,
profetas y ¡REYES!).
Pero el camino hasta ahí se nos presenta imposible.
Pensamos que es cuestión de habilidad, en cómo invertimos los dones de Dios.
Pero hay un error de comprensión: los “siervos” ya están en la casa del Señor.
Eso ya nos lo ha regalado el Señor, ya tenemos la suerte de estar en la casa
del Señor. Él solo nos pide administrar sus bienes. Esas minas no son nuestros
talentos, nuestras capacidades, nuestras habilidades, sino que es algo propio
del Dueño: es decir, es su Reino, su palabra, los sacramentos, en última
instancia, la Buena Noticia. Solo se condena aquel que no quiere saber nada de
ese don. Si alguno se ve poca cosa, incapaz de sacar diez minas de una, que
ponga en el banco la mina como recomienda el Señor, que cobrará los intereses…
si uno se toma mínimamente en serio estas cosas del Reino de Dios, nunca sale
perdiendo. En el banco del Señor, en el de la Gracia, nunca se sale perdiendo.
Solo debemos desterrar el miedo.
Y concluimos: sin miedo, con la acogida del don de Dios, estaremos lo suficientemente dispuestos a acoger esa gloria del Reino Eterno. Feliz oración.