18 noviembre 2020, miércoles de la XXXIII semana del T. O. – Dedicación Basílicas S. Pedro y S. Pablo – Puntos de oración

“A Dios que concede el hablar y el escuchar le pido hablar de tal manera que el que escucha llegue a ser mejor y escuchar de tal manera que no caiga en la tristeza el que habla”

Dos aspectos para las lecturas de hoy: la gloria de Dios a la que todos estamos llamados y cómo poder alcanzar esa gloria.

Los Cuatro Vivientes de la primera lectura hacen referencia a los Cuatro Evangelios. Esos misteriosos seres hablan de la gloria de Dios. El Evangelio es para nosotros testimonio de la gloria de Dios, de su triunfo. Terminando el año litúrgico vamos contemplando en las lecturas cómo la temática es cada vez más “apocalíptica” en el sentido cristiano: muerte y vida eterna. Se nos olvida siempre un aspecto de nuestro credo en este aspecto: puede pensarse que el alma se va con Dios después de la muerte y ya, ¡pero no! El cuerpo, la carne, está llamada a resucitar en el último día. Nuestro cuerpo resucitará como el de Jesús, será un cuerpo glorioso y reinaremos con Él. ¿Has rezado alguna vez sobre esta realidad? ¿Has puesto la mirada en esas realidades últimas? Este fin de semana celebramos a Cristo Rey, ¿alguna vez has pensado que estamos llamados a reinar con Él? (por el bautismo somos sacerdotes, profetas y ¡REYES!).

Pero el camino hasta ahí se nos presenta imposible. Pensamos que es cuestión de habilidad, en cómo invertimos los dones de Dios. Pero hay un error de comprensión: los “siervos” ya están en la casa del Señor. Eso ya nos lo ha regalado el Señor, ya tenemos la suerte de estar en la casa del Señor. Él solo nos pide administrar sus bienes. Esas minas no son nuestros talentos, nuestras capacidades, nuestras habilidades, sino que es algo propio del Dueño: es decir, es su Reino, su palabra, los sacramentos, en última instancia, la Buena Noticia. Solo se condena aquel que no quiere saber nada de ese don. Si alguno se ve poca cosa, incapaz de sacar diez minas de una, que ponga en el banco la mina como recomienda el Señor, que cobrará los intereses… si uno se toma mínimamente en serio estas cosas del Reino de Dios, nunca sale perdiendo. En el banco del Señor, en el de la Gracia, nunca se sale perdiendo. Solo debemos desterrar el miedo.

Y concluimos: sin miedo, con la acogida del don de Dios, estaremos lo suficientemente dispuestos a acoger esa gloria del Reino Eterno. Feliz oración.

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