27 noviembre 2020, viernes de la XXXIV semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Hoy es el penúltimo día del tiempo ordinario. En dos días estaremos comenzando el adviento. Las lecturas de hoy son enlace entre uno y otro tiempo litúrgico. Son llamada a la vigilancia en la espera, pero también a la esperanza.

Por ello, dispongamos el corazón y elevemos a Dios nuestra alma, rogándole a través de María una vez más que todos nuestros pensamientos y acciones estén rectamente ordenados al servicio y alabanza de su divina majestad.

Y en esa búsqueda sincera de la voluntad de Dios supliquemos que el Espíritu Santo nos ilumine para sacarle partido a unas lecturas a la vez misteriosas y profundas, luminosas y sencillas.

Del libro del Apocalipsis ya vamos por el capítulo 20. Entresaco del texto de hoy unas frases que os propongo ir repitiendo despacio, saboreándolas:

Vi un ángel que bajaba del cielo… Sujetó al dragón y lo encadenópara que no extravíe a las naciones

Vi también las almas de los que no habían adorado a la bestia… Volvieron a la vida y reinaron con Cristo

Todos fueron juzgados según sus obras

Y si alguien no estaba escrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego

Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva… Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo” …

Unidos a los que esperan en Cristo, a nuestros difuntos que ya se han unido a la Jerusalén celeste, nos llenamos de esperanza. Nosotros estamos llamados a la morada de Dios, pero no una morada extraña, sino a esa “morada de Dios entre los hombres”, como nos repite el salmo.

La clave de esa esperanza nos la da también este salmo 83: “Dichoso el que encuentra en ti su fuerza”.

En silencio, desenganchados de todo, atentos sólo a este Señor Jesús que nos espera, nos llama, nos abraza, pidámosle que siga siendo, que sea, nuestra fortaleza. Porque todas las demás fortalezas ya han demostrado que son nada, que acaban diluyéndose, especialmente las que nacen de la confianza en nosotros mismos. Sintamos su presencia cercana, dentro de nosotros mismos, más presente en mí que mi propia intimidad.

Nos llenan de confianza y afirman esta esperanza las palabras del evangelio:

Sabed que está cerca el reino de Dios.

Por eso, terminamos este año litúrgico clamando las palabras finales del Apocalipsis que repetiremos mañana en el salmo: “Ven, Señor Jesús”.

Porque sabemos que él ha venido, viene continuamente a nuestras vidas y vendrá a incorporarnos a la Jerusalén celeste al final de nuestra vida. Confiamos en él, siguiendo los pasos de María, que en medio del silencio y la oscuridad seguía repitiendo esas palabras oídas de labio de su Hijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”.

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