7 octubre 2020, sábado de la XXXI semana del Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Entramos en la oración y nos descalzamos de nuestros juicios personales, seguridades e intereses: Señor Jesús, que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de vuestra divina Majestad. Y la oración será un medio eficaz que nos ayudará a buscar, hallar y cumplir en todo la voluntad de Dios.

En este mes de noviembre, seguro que lo estamos haciendo, la Iglesia nos pide que recemos por los difuntos. Me gustaría proponer como intención y ofrecimiento del día, una oración de petición prolongada a lo largo del día por todas las personas que han fallecido como consecuencia de la pandemia. Poco a poco, a todos nos va tocando sufrir las consecuencias de la misma, más o menos de cerca. Ayer asistí a un funeral y el sacerdote dijo que era un gran regalo el que pudiéramos contribuir con nuestra oración al proyecto de salvación que Dios tiene de cada persona. El primero que nos amó, con amor eterno te amé. Tuve piedad de tu nada. (Jr 31,3) fue Dios. Colaboremos pues con nuestra oración en el proyecto más grande que puede darse: la salvación de un alma. Pensemos en una persona concreta, conocida, familiar o amigo; y finalmente oremos también por aquellos difuntos que han muerto totalmente solos, por los que nadie reza y ni siquiera se acuerdan de ellos.

El Evangelio de hoy está tomado de Lucas, 16,9-15 y nos presenta entre otros, uno de los temas más importantes en la vida: el discernimiento sobre nuestros ídolos. ¿Cuántas decisiones tomamos al día? ¡Cientos, miles! Claro que muchas son intrascendentes, pero otras son de capital importancia. ¿Somos conscientes de los intereses profundos que nos mueven? Con las palabras del evangelio nos podemos preguntar: ¿a quién sirvo yo? Jesús nos dice que no se puede llevar una doble vida, que no se puede servir a dos señores. Porque atiendes al uno o al otro. Hay varios señores que pueden gobernar nuestra vida y hacer la competencia a Dios, pero entre todos los señores posibles, Jesús señala el dinero como un verdadero ídolo. Con el dinero adquirimos bienes de muchos tipos, prestigio y poder. Con ello reforzamos cada vez más la idea de que necesitamos muchas cosas, que las cosas nos satisfacen del todo y cubren nuestras necesidades y que al final, cuando nos veamos débiles, el dinero nos salvará. Este proceso de reforzamiento repetitivo con pérdida de libertad, sumisión y dependencia es lo que hace al dinero tan poderoso y a la vez tan peligroso. Siempre me ha llamado la atención por qué Jesús tiene una postura tan reservada y cautelosa con el dinero, hoy se refiere a él como lo injusto, lo despreciable; y palabras tan duras con los ricos. Y es que el único salvador en Jesús: En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos ser salvos. (Hch 4,12). Y en Filipenses 2,11: Y por eso Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre; para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese: ¡Jesucristo es el Señor!, para gloria de Dios Padre.

Un ejemplo de actitud ante el dinero y en general ante las riquezas se nos presenta hoy en San Pablo. Estando en la cárcel de Roma, escribe a los cristianos de Filipos para agradecerles su ofrenda que le han enviado con Epafrodito y aprovecha para decirles que él ha aprendido a vivir en pobreza y abundancia, que está entrenado para todo, tanto para la abundancia como para la privación y que en pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades con magnificencia, conforme a su espléndida riqueza en Cristo Jesús. Meditemos con calma sobre este entrenamiento del que nos habla san Pablo en nuestra vida, discernamos sobre nuestros ídolos.

Finalmente pide a la Virgen que nuestra riqueza sea Jesús, a quien llevamos dentro, aunque no lo sintamos. Insiste en la oración, como nos decía Abelardo: “No pidas nada ni rechaces nada, que ya sabe Él que existes. Él lo sabe todo, lo puede todo y te ama. Abandónate en sus brazos”.

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