Entramos en la oración y nos descalzamos de nuestros
juicios personales, seguridades e intereses: Señor Jesús, que todas mis
intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y
alabanza de vuestra divina Majestad. Y la oración será un medio eficaz que nos
ayudará a buscar, hallar y cumplir en todo la voluntad de Dios.
En este mes de noviembre, seguro que lo estamos
haciendo, la Iglesia nos pide que recemos por los difuntos. Me gustaría proponer
como intención y ofrecimiento del día, una oración de petición prolongada a lo
largo del día por todas las personas que han fallecido como consecuencia de la
pandemia. Poco a poco, a todos nos va tocando sufrir las consecuencias de la
misma, más o menos de cerca. Ayer asistí a un funeral y el sacerdote dijo que
era un gran regalo el que pudiéramos contribuir con nuestra oración al proyecto
de salvación que Dios tiene de cada persona. El primero que nos amó, con
amor eterno te amé. Tuve piedad de tu nada. (Jr 31,3) fue Dios. Colaboremos
pues con nuestra oración en el proyecto más grande que puede darse: la
salvación de un alma. Pensemos en una persona concreta, conocida, familiar o
amigo; y finalmente oremos también por aquellos difuntos que han muerto totalmente
solos, por los que nadie reza y ni siquiera se acuerdan de ellos.
El Evangelio de hoy está tomado de Lucas, 16,9-15 y
nos presenta entre otros, uno de los temas más importantes en la vida: el
discernimiento sobre nuestros ídolos. ¿Cuántas decisiones tomamos al día?
¡Cientos, miles! Claro que muchas son intrascendentes, pero otras son de
capital importancia. ¿Somos conscientes de los intereses profundos que nos
mueven? Con las palabras del evangelio nos podemos preguntar: ¿a quién sirvo
yo? Jesús nos dice que no se puede llevar una doble vida, que no se puede
servir a dos señores. Porque atiendes al uno o al otro. Hay varios señores que
pueden gobernar nuestra vida y hacer la competencia a Dios, pero entre todos
los señores posibles, Jesús señala el dinero como un verdadero ídolo. Con el
dinero adquirimos bienes de muchos tipos, prestigio y poder. Con ello
reforzamos cada vez más la idea de que necesitamos muchas cosas, que las cosas
nos satisfacen del todo y cubren nuestras necesidades y que al final, cuando
nos veamos débiles, el dinero nos salvará. Este proceso de reforzamiento
repetitivo con pérdida de libertad, sumisión y dependencia es lo que hace al
dinero tan poderoso y a la vez tan peligroso. Siempre me ha llamado la atención
por qué Jesús tiene una postura tan reservada y cautelosa con el dinero, hoy se
refiere a él como lo injusto, lo despreciable; y palabras tan duras con los
ricos. Y es que el único salvador en Jesús: En ningún otro hay salvación,
porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en el cual podamos
ser salvos. (Hch 4,12). Y en Filipenses 2,11: Y por eso Dios
lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre; para que al
nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los
abismos, y toda lengua confiese: ¡Jesucristo es el Señor!, para gloria
de Dios Padre.
Un ejemplo de actitud ante el dinero y en general ante
las riquezas se nos presenta hoy en San Pablo. Estando en la cárcel de Roma,
escribe a los cristianos de Filipos para agradecerles su ofrenda que le han
enviado con Epafrodito y aprovecha para decirles que él ha aprendido a vivir en
pobreza y abundancia, que está entrenado para todo, tanto para la abundancia
como para la privación y que en pago, mi Dios proveerá a todas vuestras necesidades
con magnificencia, conforme a su espléndida riqueza en Cristo Jesús. Meditemos
con calma sobre este entrenamiento del que nos habla san Pablo en nuestra vida,
discernamos sobre nuestros ídolos.
Finalmente pide a la Virgen que nuestra riqueza sea Jesús, a quien llevamos dentro, aunque no lo sintamos. Insiste en la oración, como nos decía Abelardo: “No pidas nada ni rechaces nada, que ya sabe Él que existes. Él lo sabe todo, lo puede todo y te ama. Abandónate en sus brazos”.