Frente a la desobediencia e infidelidad del pueblo de Israel…, o sea, de
ti y de mí ahora en el s. XXI, Dios responde siempre, incomprensiblemente, con
amor. Es verdad que en el Antiguo Testamento respondió a veces con ira, pero en
cuanto el pueblo se volvía a él, Dios le perdonaba. Parece como si fuera la
pedagogía educativa de Dios, ponerles un castigo para que aprendieran. Ante lo
que parecía un reto: “A ver si el próximo pecado es mayor y Dios también nos
perdona…”, Dios siempre perdonaba. ¡Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu
pueblo! Que no se nos caiga de los labios esta oración a lo largo del día.
Y el Nuevo Testamento, pues mucho más de lo mismo, pero ahora con Cristo, Hijo de Dios, por medio, como “mediador” ante el Padre. Por si antes no era suficiente con que intercediera algún profeta o algún amigo de Dios, ahora es su propio Hijo el que pide por nosotros. La pedagogía de Dios como que ha cambiado, ahora se trata de una pedagogía preventiva, nos colma de bienes y de bendiciones. Ahora la pedagogía de Dios es amarnos mucho, es decir, darnos lo que más necesitamos. Y para eso se hace pan por nosotros y para nosotros. Un pan sobreabundante, de ahí el significado de este milagro del evangelio. ¡Ojalá podamos hoy comer de ese pan!