Invocamos al Espíritu Santo, que habita en nosotros, que nos acompaña
siempre, que nos envuelve con sus insinuaciones para que obremos siempre la
verdad. Le pedimos que nos enseñe a orar, que nos haga orar. Que nos dé el
fuego de oración y amor que concedió a Abelardo de Armas (laico comprometido), en
este día que le recordamos en su cumpleaños.
Y nos adentramos en el pasaje del Evangelio de hoy. “¿Quién decís
vosotros que soy yo?” ¿Quién dices tú que es el Señor? ¿Qué respuesta brota de
tu corazón? Hoy la Palabra de Dios nos pone esta pregunta en nuestro corazón.
Es el quicio del Evangelio de san Marcos. Jesús plantea la pregunta por su
identidad, de la que ha ido mostrando sus signos y que san Marcos revelará
completamente en la Pasión del Señor: “Verdaderamente este era Hijo de
Dios”.
La pregunta de Jesús no es una pregunta en el vacío. Llega tras la
realización de muchos milagros, de las multiplicaciones de los panes y de los
peces, tras sus discursos en los que presenta su enseñanza con autoridad. El
Señor ha hablado a través de sus obras. ¿Qué has entendido tú? ¿Le has
descubierto en ellas? Esas obras no solo están recogidas en los evangelios de
los días previos, sino que también están en tu vida. ¿Qué obras ha hecho el
Señor en ella? ¿Cuáles son las acciones, sus palabras poderosas, sus milagros
hechos en ti? Recuerda. La fe es memoria. Dios no se te va a aparecer, aunque a
veces lo desearíamos. Pero se te ha insinuado una y mil veces. ¿Ha calado eso
en tu corazón? ¿Brota tu “Eres el Mesías” de dentro de tu alma? Aunque sea en
sequedad.
Jesús te hace la pregunta “¿Quién decís vosotros que soy yo?” mirándote a los ojos. Casi puede reconvertirse en ¿cómo está lo tuyo conmigo? ¿Cómo estás vosotros conmigo? ¡Qué bella invitación a que Él sea nuestro todo! A que Él sea la tienda del encuentro con el Padre, a quien Él espera, ardientemente, llevarnos.