Empezamos nuestra oración invocando al Espíritu Santo: “Ven Espíritu
Divino e infunde en nuestros corazones el fuego de tu amor”.
La idea principal sobre la que te invito a orar hoy es la pobreza de
espíritu. Lo repetimos en el salmo: “bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el Reino de los cielos”. La pobreza de espíritu evoca la
profunda humildad, a imitación de Cristo. El rico que acumula riquezas y cree
que con ellas tendrá la vida resuelta, se verá arrastrado por las mismas a la “gehenna”.
Porque esas riquezas le arrebatan su libertad (la de los hijos de Dios) y le
esclavizan, llevándole a la infelicidad, porque nada le deja saciado. En
cambio, el humilde y pobre en el espíritu no acumula riquezas y es libre. Y si
consigue riquezas, las reparte porque su vida no está enfocada en sí mismo sino
en el amor y la misericordia con el hermano. Por eso, bienaventurados,
¡felices!, los sencillos, humildes y pobres en el espíritu, porque de ellos es
el Reino de los cielos.
Reflexiona y medita en la presencia del Señor, ¿cómo estoy yo en cuanto
a mi humildad y mi pobreza espiritual? ¿Dónde pongo el foco en mi vida? ¿De mi
mismo (acumulo riquezas para mi) o en los demás (siendo sal para los que me
rodean)?
Te invito a que te encomiendes a nuestra Madre. Ella es la intercesora del hombre y nos conduce a lo que Dios quiere.