El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús enseñando junto al
lago. Junto a él se agolpa la multitud y, para que le oyeran mejor, se sube a
la barca de Pedro. Son los primeros momentos de la vocación de Pedro. Ya se han
conocido (Jesús posiblemente se hospeda en la casa de Pedro en Cafarnaúm y por
eso ha curado a su suegra), pero Pedro aún no tiene conciencia de quien es su
Maestro.
Jesús busca profundizar la relación con Pedro y ayudarle en su fe. Por
eso le dice que reme mar adentro y que eche las redes de nuevo. Pedro responde
desde su sabiduría de pescador: ya es de día y todo pescador sabe que los
peces solo caen en las redes de noche. Sin embargo, se fía de la palabra de
Jesús, y esa fe incipiente va a hacer que Jesús le haga ver el milagro.
Sus palabras revelan que sin embargo no había creído en lo que le pedía
Jesús: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Cuántas veces nos ocurre lo mismo que a Pedro. Te sigo Jesús, pero en
realidad creo más en lo que me dice mi razón y mi experiencia. Te creo Señor,
pero en el fondo… Siempre nuestra reserva de desconfianza. Pero Jesús tiene
paciencia y solo espera que se resquebraje un poco nuestro hombre viejo para
inundarnos con su gracia.
Madre querida, que crea en Jesús, que me fie de su palabra.