Hoy Jesús nos habla
claro.
Es curioso ver como el Evangelio es TAN de nuestro tiempo.
La primera es clara y tajante: “este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está
lejos de mí”. Nos acostumbramos a fórmulas y clichés rutinarios que
practicamos muy bien pero que no acercan nuestro corazón al de Dios. Jesús nos
hace ponernos en guardia de la tentación de creernos convertidos y la
consecuente pereza de dejar de buscarle, de dormirnos. Toda la vida creyente es
una continua búsqueda y crecimiento.
La segunda: “Dejáis a un lado
el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres”.
La Iglesia no posee a Dios, es Dios quien la posee. Despojarse de las
tradiciones que no llevan a Dios requerirá gran libertad de espíritu y
creatividad y no tendrá éxito si como Iglesia nos anclamos en lenguajes caducos
que no motivan a buscar al Señor. Se necesitan nuevos lenguajes de Dios que
estén más vinculados a la experiencia, más pegados a la vida, más narrativos e
imaginativos…, lenguajes que despierten el deseo de Dios. Es necesario
modificar la imagen de un Dios inerte y desvinculado de su creación y de sus
criaturas para conocer a ese Dios que se ENCUENTRA con nosotros.
Contrastar nuestra vida
con el Evangelio nos refresca continuamente.
Aprovechemos este Sínodo para participar en esa revisión de las cosas que nos tienen que llevar a Dios, apartando aquellas que por muy antiguas que sean, nos alejan de Él.