El evangelio de hoy pone la
mirada en el envío misionero. Jesús llama y envía, y los apóstoles salen a
predicar la conversión, echan demonios y curan enfermos.
Metámonos en la piel de los doce. Pidamos luz
al Espíritu Santo. Digamos a Jesús, nuestro amigo y hermano, con el salmo,
cogido del primer libro de las Crónicas: tú eres Señor del universo.
Con ese convencimiento salieron a predicar. Se
fiaron totalmente de Jesús, siguieron sus indicaciones, libres de cualquier
otra intención que no fuera la de anunciar la buena noticia del perdón y la
misericordia de Dios. Libres de ataduras humanas, que es lo que reflejan las
instrucciones del Maestro.
Tras la fiesta de la Presentación del Señor,
que celebrábamos ayer deseando ofrecer nuestras vidas para dar luz a los que
nos rodean, Jesús nos toma la palabra y también a nosotros nos envía. Lo hace
cada día, en cada momento.
Pedir a la Virgen que vivamos así cada
instante del día de hoy, sintiéndonos elegidos y enviados. Poco a poco,
enseñándonos a cultivar la paciencia, ella irá haciendo que nuestra vida
transmita deseos de conversión, ayude a curar de muchos demonios y vaya sanando
corazones.
Repitamos despacio esas palabras claves del evangelio: “llamó Jesús a los doce”, “los fue enviando de dos en dos”, “ellos salieron a predicar la conversión”, “echaban muchos demonios”, “curaban muchos enfermos”. Y terminemos aclamando de nuevo, con el salmo, sabiendo donde esta la raíz y la fuerza de nuestro testimonio: Tú eres Señor del universo.