El evangelio de hoy nos presenta a un Jesús predicando la segunda parte
de la versión de Lucas, del sermón de la montaña. El domingo pasado leímos las
Bienaventuranzas, y Jesús nos enseñó que la pobreza era un camino para llegar
al reino de Dios. Este domingo nos enseña el camino complementario: la
misericordia.
Las palabras de Jesús no son mandamientos concretos; describen la
actitud de los que quieren entrar en el reino. Esta actitud consiste en tratar
a los demás mejor de lo que se merecen. Podemos tratar a los demás peor de lo que
se merecen, incluso como se merecen. Pero para entrar en el reino es necesario
tratar a todos mejor de lo que se merecen. La primera lectura nos ofrece el
ejemplo de David, que trató a Saúl, su perseguidor, mejor de lo que se merecía
y no quiso quitarle la vida.
Ser misericordiosos exige perdonar. Dios es misericordioso con nosotros
y nos ha perdonado. Después de caer en pecado o previniendo nuestra caída,
sabiendo que estamos hechos de la misma madera que el mayor pecador. No haber
tropezado en nuestro camino solo significa que Dios se nos ha adelantado y ha
quitado las piedras del camino por dónde íbamos a pasar.
Somos hijos de Dios y por lo tanto hay que parecerse a Dios, como los hijos se parecen a los padres. No podemos ser infinitos, sabios o poderosos como Dios. Pero sí debemos intentar ser misericordiosos como Dios. La misericordia de Dios tiene el nombre de ternura.