Primera lectura
Lectura de la carta
del apóstol Santiago (3,1-10)
No os constituyáis muchos en maestros, hermanos míos, pues sabemos que
nosotros recibiremos una sentencia más severa, porque todos faltamos a menudo.
Si alguien no falta en el hablar, ese es un hombre perfecto, capaz de
controlar también todo su cuerpo.
A los caballos les metemos el freno en la boca para que ellos nos
obedezcan, y así dirigimos a todo el animal. Fijaos también que los barcos,
siendo tan grandes e impulsados por vientos tan recios, se dirigen con un timón
pequeñísimo por donde el piloto quiere navegar.
Lo mismo pasa con la lengua: es un órgano pequeño, pero alardea de
grandezas.
Mirad, una chispa insignificante puede incendiar todo un bosque. También
la lengua es fuego, un mundo de iniquidad; entre nuestros miembros, la lengua
es la que contamina a la persona entera y va quemando el curso de la
existencia, pero ella es quemada, a su vez, por la «gehenna».
Pues toda clase de fieras y pájaros, de reptiles y bestias marinas
pueden ser domadas y de hecho lo han sido por el hombre. En cambio, la lengua
nadie puede domarla, es un mal incansable cargado de veneno mortal. Con ella
bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, creados a
semejanza de Dios. De la misma boca sale bendición y maldición. Eso no puede
ser así, hermanos míos.
Palabra del Señor
Salmo Responsorial
Sal 11, 2-3. 4-5.
7-8
R. Tú nos guardarás, Señor.
Sálvanos, Señor, que se acaban los buenos,
que desaparece la lealtad entre los hombres:
no hacen más que mentir a su prójimo,
hablan con labios embusteros
y con doblez de corazón. R.
Estirpe el Señor los labios embusteros
y la lengua fanfarrona
de los que dicen: "La lengua es nuestra fuerza,
nuestros labios nos defienden,
¿quién será nuestro amo?" R.
Las palabras del Señor son palabras auténticas,
como plata limpia de ganga,
refinada siete veces.
Tú nos guardarás, Señor,
nos librarás para siempre de esa gente. R.
Evangelio
Lectura del santo
Evangelio según san Marcos (9, 2-13)
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió
aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus
vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún
batanero del mundo.
Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.
Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:
«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas,
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
No sabía qué decir, pues estaban asustados.
Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:
«Este es mi Hijo amado; escuchadlo».
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo
con ellos.
Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que
habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.
Esto se les quedó grabado, y discutían qué quería decir aquello de
resucitar de entre los muertos.
Le preguntaron:
«¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?».
Les contestó él:
«Elías vendrá primero y lo renovará todo. Ahora, ¿por qué está escrito
que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? Os digo que
Elías ya ha venido, y han hecho con él lo que han querido, como estaba escrito.
acerca de él».
Palabra del Señor.