Podemos leer con atención el evangelio de hoy. Pedimos luz para ello.
1. “La gente se apiñaba alrededor de Jesús”. Queremos ponernos desde el primer momento en la oración, como nos cuenta el evangelio de hoy: apiñados en torno a Jesús. Deseamos estar muy cerca de Jesús, pero formando una piña con los demás militantes y con los demás cristianos. ¿Por qué seguía la gente a Jesús, hasta apiñarse? Sin duda porque no quería perderse ninguna palabra, ni ningún gesto, ni ninguna enseñanza... Y yo, ¿por qué quiero formar una piña con Jesús? ¿Estoy dispuesto a abrir mi corazón, para no perderme ninguna de sus enseñanzas, y más aún, para llevarlas a la práctica en mi vida?
2. “Esta generación pide un signo”. La gente pide a Jesús un signo por el cual creer, una experiencia espectacular, por la cual seguirle. Sin embargo, en el mismo capítulo de este pasaje –en el evangelio que leíamos el viernes pasado- Jesús ha hecho un signo espectacular, ha echado un demonio mudo, y sin embargo algunos seguían sin creer, (decían: “por arte del príncipe de los demonios echa los demonios” -cf. Lc 11, 14ss-). También después de la resurrección de Lázaro, los sumos sacerdotes y los fariseos seguían sin creer (cf. Jn 11, 47). Luego la fe no se alimenta de signos espectaculares. Ya Jesús había predicho, en la parábola del rico epulón y Lázaro: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto» (Lc 16, 31). Y nosotros ¿pedimos signos, pruebas a Dios? Bien sean pequeños “milagros”, o bien que Dios nos libre de que nos ocurran determinados problemas?
3. Jesús es el gran signo de Dios. Un signo mayor que el de Jonás. El pasaje paralelo de san Mateo concreta más: “tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del cetáceo: pues tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra” (Mt 13, 40-41). Luego el gran signo que nos da el Señor es su muerte y resurrección. ¿Reconocemos a Jesús cuando nos llega una cruz? ¿Vemos en ella un signo de la presencia del Señor, y que Él quiere vivirla con nosotros?
Y Jesús nos da un signo más. En el evangelio de san Juan le preguntan: “¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra?” El Señor contesta “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre” (Jn 6, 30.35). Luego la Eucaristía es otro signo que nos regala el Señor. Nos regala su propia presencia. Es Él mismo quien viene a compartir su vida con nosotros, quien viene a estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo... ¿Cómo vivimos la presencia eucarística del Señor? ¿Vemos en ella un signo de predilección, que no pudieron ni atisbar siquiera Salomón y Jonás?
4. “Aquí hay uno que es más que Salomón, uno que es más que Jonás”. Démonos cuenta de quién es el Señor: todos los días hacemos la oración, podemos recibir en la Eucaristía a quien es mayor que Salomón, Jonás, o que el político más poderoso de la tierra hoy. Lo puede todo, lo sabe todo y nos ama. ¿Somos conscientes de ello? ¿Obramos en consecuencia?
5. “Ellos se convirtieron...” La consecuencia inmediata de ser conscientes de la cercanía y poder del Señor es nuestra conversión, el cambio de vida. ¿Podemos plantearnos cambiar en algo concreto hoy, que nos ayude a estar cada vez más cerca del Señor?
Oración final. Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra. Ayúdanos a percibir la presencia del Señor en nuestra vida, especialmente en la cruz y en la Eucaristía. Ayúdanos a responder con una conversión plena y sincera. Apíñanos junto a Jesús.