La oración es el corazón de la vida espiritual del cristiano. De la escucha de la Palabra de Dios y de la oración brota la vida de la Iglesia y de cada comunidad en particular. Los discípulos no pueden dejar de estar a los pies del Maestro y amigo.
“Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?”
Podemos centrarnos en la oración de hoy en el Evangelio, es Mt 21, 33-43. Como en los domingos anteriores la Palabra de Dios nos presenta una parábola de Jesús, está ambientada en una viña. Esta vez Jesús se fija en la responsabilidad que tiene el pueblo elegido ante un Dios que lo ha amado tanto y con gran esmero lo mima.
En el fondo se trata de presentar un ejemplo que permita la comprensión profunda de la persona de Jesús y su misión. El pueblo de Israel una vez más –como hizo con los antiguos profetas- va a rechazar al Mesías, es el punto más alto de las rebeldías de Israel contra Dios y el comienzo del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, sobre el fundamento que no es otro que el mismo Cristo.
En la parábola aparecen imágenes que vienen del Antiguo Testamento:
La viña como símbolo de Israel. Simboliza los privilegios que Dios le concedió al pueblo de la Alianza, así como lo narra la primera lectura, Is 5, 1-7, “La viña del Señor de los ejércitos es la Casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantío exquisito”. De esta viña Dios esperaba frutos de justicia y ha cosechado iniquidad, esperaba honradez y recibió alaridos.
Los profetas como siervos enviados por Dios. Durante la historia de Israel Dios envió a numerosos profetas como servidores suyos para que en nombre de Él cuidasen y orientasen al Pueblo. Sin embargo, constantemente se deja sentir el lamento de Dios porque el pueblo rechaza a sus servidores.
Finalmente, en la parábola se destaca no ya el envío de un siervo más, sino del Hijo de Dios. A Él también lo matarán y con ello los encargados de tal crimen merecen la muerte. “Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?”
Sin embargo, es sorprendente la conclusión de Jesús: “¿No habéis leído nunca en las Escrituras: «La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos?» Por eso os digo: Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos’”.
Es decir, Jesús al ser rechazado por el pueblo se convierte en la piedra angular de una nueva edificación que es la Iglesia para la salvación del pueblo pecador.
Terminemos nuestra oración reflexionando sobre nosotros mismos, con el fin de –como diría San Ignacio- sacar algún provecho. Podemos caer en la presunción de considerarnos pueblo elegido y dormirnos sin haber cumplido con nuestras responsabilidades. Lo que cuenta no son las palabras bonitas o los discursos que halagan, sino una sincera y auténtica conversión al mensaje de Jesús: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,15).
María es nuestro modelo de responsabilidad ante Dios porque nadie mejor que ella ha acogido a Jesús y nos lo ha entregado como el fruto bendito de su vientre, de su amor de mujer y madre.
Y terminemos nuestra oración con un Ave María muy despacio, saboreando cada palabra.