25 octubre 2011. Martes de la XXX semana de Tiempo Ordinario – Puntos de oración

Introducción:

En estos días, aunque no tiene que ver quizá con el evangelio de hoy, ando pensando en lo que le debemos a Dios. ¿En qué sentido? Cuando los ángeles se aparecen a los pastores en Belén les dicen: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra, paz a los hombre que ama el Señor?

Y pienso: el Señor se quiere reservar para El la gloria, es decir, nuestro reconocimiento de que de Él sale todo el bien que tenemos. Para el hombre no hay gloria. Nosotros podemos ser, como los santos, espejos de la gloria de Dios pero si pienso que de mí sale algo bueno porque yo soy bueno estoy mintiendo y siendo un espejo sucio y empañado. Y de Dios es la gloria, el honor, por puro reconocimiento de la Verdad. Él no puede ni engañar ni engañarnos. Y nos dice que la gloria es suya. Que la verdad es que todo don y toda dádiva proceden de arriba, del Dios que creó los astros.

¿Y a nosotros los hombres, a mí, qué nos queda? ¿Qué nos toca? Pues los ángeles lo dicen claramente: la paz. Al reconocimiento de esta verdad, de que a Dios le toca la gloria en todo y darme cuenta de esto y vivir conforme a esto, Dios le asocia la paz. Jesús, Dios, que es el camino, la verdad y la vida, nos dijo en las confidencias de la última cena: “mi paz os dejo, mi paz os doy”. Y recibir esta paz, como cuando hablaron los ángeles, está asociado a que vivamos en la verdad: que la gloria no es nuestra.

Y sigo pensando: en mí, y la Iglesia me lo recuerda, hay algo tocado que se llama pecado original o concupiscencia. Y por eso tiendo, entre otras cosas, aunque intuyo que todo es lo mismo, a pegarme a la idea de que merezco la gloria a mi medida en algunas cosillas, que no pasa nada y es que unas migajillas de gloria parece que saben a gloria. Y como espejo que puedo ser de la gloria de Dios mis acciones o lo que sea deben de señalar a Dios como fuente de todo. Y yo a quedar en paz y punto.

A lo mejor estas ideas sí que tienen que ver con el evangelio del día. La buena semilla, que Dios ha puesto en nuestros corazones, como los pensamientos que nos vienen son la levadura que fermenta, o la semilla diminuta que tiene que crecer y fructificar y cobijar.

Y sigo pensando que la Virgen no sé quedó con nada de gloria de Dios, sino que fue un espejo muy, pero que muy limpio y pulido que reflejaba perfectamente la de Dios hacia nosotros los hombres. Y por eso su paz de la que nos hace partícipes maternalmente es como un río que atraviesa la historia. Y ella es la mujer que quiere meter esa levadura en nuestra vida para que todo fermente: mi vida y todo lo que me rodea.

Y dice Jesús: “Creéis que he venido a traer paz a la tierra. No, sino división.” ¿De qué paz hablas Señor? ¡Jesús, no hay quien te entienda! Y a seguir profundizando en tu palabra, que es vida de mi alma.

1. Oración preparatoria hacemos la señal de la cruz y nos ponemos en pie en presencia de Dios. Invocamos la ayuda del Espíritu Santo y rezamos mentalmente la oración preparatoria de Ejercicios: “Señor, que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de tu divina majestad.” (EE 46)

2. Petición: que para Ti Señor sea siempre la gloria en mi vida y a los hombres la paz.

3. Composición de lugar: imaginar a Jesús que predica las parábolas del evangelio de hoy. O bien a los ángeles que nos dicen en Navidad llenos de alegría al ver nacer a Dios: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que Él ama”.

4. Materia de la oración: meditar en el evangelio, en lo que más nos haya llamado la atención. Volver a leerlo despacio si nos despistamos. Repetir mentalmente alguna estrofa del salmo responsorial;: “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”

5. Unos minutos antes del final de la oración: Avemaría o salve a la Virgen e invocación: “Santa María, Madre de Dios, que Le conozca, que Le ame, que Le siga.”

6. Examen de la oración: ver cómo me ha ido en el rato de oración. Recordar si he recibido alguna idea o sentimiento que debo conservar y volver sobre él. Ver dónde he sentido más el consuelo del Señor o dónde me ha costado más. Hacer examen de las negligencias al hacer la oración, pedir perdón y proponer enmienda.

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