Puestos en la presencia del Señor, pedimos la intercesión de Santa María para que nos alcance el Espíritu Santo. Con sus sagrados dones podremos llegar al conocimiento verdadero de Dios.
Meditamos en el evangelio del día apoyándonos en el abad “Baudoin de Ford (hacia 1190)
Los que han derramado la sangre de Cristo no lo han hecho con el fin de borrar los pecados del mundo, han sido servidores del plan de salvación. La salvación del mundo que se seguiría, no era debida a su poder, ni a su voluntad, ni a su intención, ni a su acto, sino únicamente al poder, a la voluntad, a la intención y al acto de Dios. En efecto, en esta efusión de sangre, no era sólo el odio de sus perseguidores quien actuaba, sino también el amor del Salvador. El odio ha hecho su propia obra de odio, el amor ha hecho su obra de amor. No es el odio sino el amor el que realiza la salvación.
Derramando la sangre de Cristo, el odio se derramó él mismo, “para que se revelaran los pensamientos de muchos corazones” (Lc2,35). También el amor, derramando la sangre de Cristo, se derramó él mismo para que el hombre sepa cuánto Dios le ama: “ hasta el punto de no ahorrar a su propio Hijo” (Rom 8,32). “Porque tanto amó Dios al mundo que le la entregado su Hijo único” (Jn 3,16)-
Este Hijo ha sido ofrecido, no porque la voluntad de sus enemigos haya prevalecido, sino porque él mismo lo ha querido. “Ha amado a los suyos, y los ha amado hasta el fin” (Jn 13,1). El fin es la muerte aceptada en bien de los que ama: éste es el fin de toda perfección, el fin del amor perfecto.“ Porque no hay amor más grande que el que da la vida por los que ama” (Jn 15,13)
Por tanto, afiancemos nuestra confianza ya que “del Señor viene la misericordia, la redención copiosa”.
En la estela de Nuestra Señora del Pilar renovemos nuestro cariño por nuestra Madre y la seguridad que Ella es nuestra columna de fuerza y luz en el desierto que es nuestro paso por la tierra.