“Para tener misericordia de todos”
Es la afirmación gozosa de Pablo en la carta a los Romanos: Dios ha tenido, tiene y tendrá misericordia de todos, porque sus dones son irrevocables, no pasan nunca. Si nos ha amado en Jesús, ya no puede ni quiere dejar de amarnos nunca.
Esta es la experiencia que tenemos que “sentir y gustar” en la oración de este día. Jesús me ama, Dios me ama desde siempre y para siempre, me ama con un amor redentor, con un amor glorificador y ello procede de las profundidades del corazón del Padre. No depende de mí ni de mi respuesta, sino del designio, de la voluntad inquebrantablemente divina de quererme y hacerme uno con Él en la gloria. Es lo que nos ha dicho y demostrado con su vida, muerte y resurrección el mismo Jesucristo.
“Invita a pobres porque no pueden pagarte”
Esta palabra de Jesús en el evangelio nos descoloca, reproduce una lógica divina, la de la gratuidad y la generosidad sin límites que los cristianos debemos imitar en la vida, pero que a menudo no cumplimos.
El papa Benedicto XVI recordaba en su visita a Madrid un texto impresionante que escribió en la encíclica Spe salvi. “ Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana” (Spe salvi, 38).
También el P. Morales nos lanza a hacernos amigos de todos en una actitud de escucha y de servicio, no queriendo nada del otro, sino ofreciéndole lo mejor de nosotros, que es la amistad con Jesucristo.
Sólo si hemos gustado en la oración y en la caridad de otros cristianos, de nuestros padres y familiares, de nuestros educadores y guías, si hemos compartido en la Milicia ese amor de Cristo, podremos obtener la gracia de mirar a los demás con ojos nuevos, de ponernos a su servicio siempre, sin esperar nada a cambio.